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o ya no le tengo miedo al metaverso. Cantaba Enrique Morente que no le tenía miedo a la muerte porque morir es natural. Pues lo mismo me ha pasado a mí con el metaverso, que he asumido que es como la muerte, inevitable. Cuando apareció Zuckerberg con esa cara suya de avatar ya de nacimiento para hablarnos de las bondades de su apuesta por el universo virtual, me recorrió el organismo un miedo atávico, de vieja, de señora que tuvo una infancia de teléfono fijo en el pasillo, y pensé que no iba a poder soportar el futuro. Se me sacudió la espina dorsal como viendo “Years & Years”. ¿Por qué iba a querer nadie vivir en un mundo virtual? ¿Por qué iba a parecernos bien teletrabajar para siempre pero esclavizados en el metaverso, donde ya te digo yo que no habrá reuniones de café en las que criticar a tu jefe porque tu jefe te estará escuchando siempre y donde no habrá manera de organizarse sindicalmente? ¿Por qué iban a parecerle a alguien bien los conciertos en el metaverso? Me cuentan que es una oportunidad, que así, por ejemplo, nadie se quedará sin vivir la experiencia de un concierto de los Stones, un atardecer en Kenia, un paseo por la Muralla China. No sé, la humanidad ha sobrevivido (y evolucionado) sin vivir ninguna de estas experiencias: hemos inventado la penicilina y hemos descubierto la radiación, la gravedad, el amor, el desengaño, la guerra o la maternidad, y, por el camino, Madame Curie nunca vio a los Stones –y mira, seguramente yo tampoco– y no pasa nada.
Nos han convencido de que tenemos que vivir muchas experiencias. Lo notas cuando viajas, esa ansiedad por verlo todo, probarlo todo, fotografiarlo todo. Las que venimos ansiosas de serie porque nos angustia morirnos sin haberlo visto todo ni haberlo leído todo ni haberlo experimentado todo añadimos la ansiedad de esta sociedad en la que solo interesamos si consumimos, y eso incluye consumir experiencias. El metaverso no nos quiere paseando por la Muralla China, nos quiere comprando billetes virtuales de la Muralla China y NFTs de atardeceres en la Muralla China o vistiendo trajes que los diseñadores ya están haciendo para ese universo virtual en el que, también, habrá piezas exclusivas para quienes más puedan pagar. Los ricos también serán ricos en el metaverso. Por eso no me da miedo ya el metaverso: va a ser una basura de mundo como este, de empresarios de alta cuna ganando dinero legalmente pero sin un ápice de ética, de influencers haciendo negocio con sus hijos, sus viajes, sus rutinas.
Ya vivimos en la antesala del metaverso, se intuye lo que hay al otro lado, así que me encantaría proponer que ese mundo virtual fuera, de verdad, un lugar encantador en el que no fuéramos nosotros mismos, sino mejores, un lugar en el que solo se pudiera hacer el bien, que fuéramos allí a pasear, beber, comer, amarnos –sí, vale, que haya conciertos de los Stones, pero que sean gratis–, donde sepamos dar nuestra opinión sin insultar a los demás o donde todo el mundo tenga comprensión lectora. Así que estoy súper a favor del metaverso chachi, sería como Woodstock, más o menos. Ese es el único metaverso que me interesa fomentar. ∎