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Mia Farrow vs. Woody Allen: ¿sensacionalismo o reparación?
Mia Farrow vs. Woody Allen: ¿sensacionalismo o reparación?

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Por qué “Allen v. Farrow” es tan discutible como necesaria

¿Puede algo ser problemático y valioso al mismo tiempo? Muchos tachan “Allen v. Farrow” de sensacionalista, y seguramente tengan razón. Pero la serie documental también constituye la tribuna que ha permitido a la denostada Mia Farrow exponer con detalle su visión de una historia de la cual, seguramente, no lleguemos a conocer nunca la verdad.

25. 03. 2021

Desde que se estrenó el documental “Allen v. Farrow” (HBO, 2021) se ha hablado mucho sobre su sensacionalismo, sobre su visión partidista de la historia, sobre el lavado de imagen que supone para Mia Farrow en un momento en el que la figura de Woody Allen se encuentra ya dentro del territorio de la cultura de la cancelación en Estados Unidos tras el estallido del #MeToo. “Tramposo”, “propagandístico” o “basura” son algunos de los adjetivos que se han utilizado para definirlo. Y puede que tenga mucho de todo eso. Los métodos que utiliza son cuestionables (solo hablan las amigas de Farrow) y en un primer momento su visión genera rechazo. Sin embargo, a medida que avanza, genera sentimientos contrapuestos.

Antes de introducirse en el culebrón de “Allen v. Farrow”, los directores Kirby Dick y Amy Ziering habían realizado un trabajo imprescindible en el documental “Contra el silencio (On The Record)” (2020; Movistar+, 2021), que destapaba los abusos sexuales dentro de la industria musical, en concreto por parte del magnate del hip hop Russell Simmons. Este caso se convirtió en equivalente al de Harvey Weinstein (pero sin repercusiones legales) dentro de un entorno profundamente masculino como siempre ha sido el de las compañías discográficas, pero no solo eso. Las víctimas de violación eran mujeres negras, lo que contribuyó a dar visibilidad a un colectivo que no se sentía del todo identificado con el #MeToo. Además de su lucha contra el sexismo y el racismo, las mujeres que se levantaron contra Simmons corrían el riesgo de ser consideradas traidoras hacia su propia cultura, ya que a través de la música los afroamericanos habían encontrado una voz para denunciar la opresión y exclusión a la que habían sido sometidos históricamente dentro del sistema.

No resulta baladí que tanto “Allen v. Farrow” como “Contra el silencio” terminen con un rótulo que indica que las respectivas partes implicadas en la historia no han querido participar. Por lo tanto, no se puede contar con sus testimonios ni con sus supuestas verdades; ni con la de Woody Allen ni con la de Russell Simmons. Entonces, ¿son ambos trabajos visiones parciales sobre hechos imposibles de demostrar?

Foto de familia: Soon-Yi, tercera por la derecha.
Foto de familia: Soon-Yi, tercera por la derecha.

El mecanismo parece claro en los dos casos: poner por una vez el foco en las mujeres para que puedan hablar con libertad y explicar sus estigmas. Sin embargo, hay una diferencia sustancial entre las protagonistas de ambos trabajos. En el caso de Drew Dixon, que es quien vertebra “Contra el silencio”, no tenemos una opinión formada acerca de ella y su testimonio se muestra fresco y sincero. Eso no ocurre con Mia Farrow. Durante años se ha asentado en el imaginario colectivo la idea de que la actriz de “La semilla del diablo” (Roman Polanski, 1968) era una persona desequilibrada, la bruja del cuento. Una visión que el propio Allen se encargó de diseminar desde el momento en que comenzaron los litigios tras su separación. Conclusión: Mia Farrow miente y manipula.

La opinión pública se puso del lado de Allen. Él era el genio, una persona sensata y divertida, no importaba que mantuviera relaciones sexuales con una chica a la que le triplicaba la edad y que conoció desde pequeña ejerciendo de padre. Estaba en el mejor momento de su carrera, y continuó trabajando y ganándose el respeto de toda la industria. Mientras, Mia Farrow cayó en el olvido. A nadie pareció preocuparle que su carrera profesional se hundiera para siempre después de su participación en “Maridos y mujeres” (1992), la última colaboración con su expareja.

También Drew Dixon tuvo que abandonar su trabajo. Dimitió de su puesto tras la violación que sufrió por parte de Simmons sin decir nada a nadie de lo ocurrido. Y más tarde, cuando encontró otro trabajo al lado del también productor musical L.A. Reid, y el esquema de acoso que había sufrido con anterioridad parecía que iba a repetirse (una reunión intempestiva en la habitación de un hotel), decidió plantarse con un categórico “no” anticipado y por esa razón sufrió el veto silencioso de su jefe hasta que decidió definitivamente retirarse.

¿Por qué creemos a Dixon y no a Farrow? Nunca sabremos lo que de verdad ocurrió en su casa. Hay testimonios, como los de Moses Farrow, escalofriantes en lo que respecta al trato de su madre hacia los niños discapacitados que adoptaba. Y, por otro lado, tenemos a Ronan Farrow, reconocido periodista y abanderado del #MeToo, que defiende la visión femenina de la historia, la de Mia y su hermana Dylan.

 Con sus hijos Dylan y Moses, partes implicadas en el documental.
Con sus hijos Dylan y Moses, partes implicadas en el documental.
Mientras Woody Allen continuaba haciendo películas, tocando el clarinete y paseando con Soon-Yi, Mia Farrow permaneció en la sombra, se evaporó. Allen ha continuado manteniendo la idea de su desequilibrio mental (esa estrategia que siempre utilizan los hombres contra las mujeres para desprestigiarlas) y también que era vengativa, mala gente, sin que hubiera la más mínima respuesta por la otra parte. 
Ahora Mia Farrow habla. Y está en su derecho a decir lo que le dé la gana, faltaría más. Del mismo modo que Woody Allen ha publicado sus memorias a modo de ajuste de cuentas ahora que se siente acorralado, ella puede ser la protagonista de un documental donde cuenta su versión de los hechos. Y es importante, incluso valioso, que así sea, no solo porque se desvelan muchas incongruencias en relación a lo que hasta el momento ya sabíamos sobre el tema, sino también muchas medias verdades sospechosas. Sino porque, hasta ahora, no habíamos contado con esta perspectiva. Al fin y al cabo, el mecanismo de este documental no se encuentra muy alejado del revisionismo que la prensa norteamericana está practicando sobre figuras como Britney Spears o Megan Fox, o de su reciente equivalencia en España con el caso de Rocío Carrasco. 
Nosotros podemos juzgar desde nuestra atalaya lo que creemos que es cierto o no de este documental. Como si por haber leído muchos artículos sobre el tema supiéramos la verdad. También podemos cuestionar el trabajo de Dick y Ziering. Y, por supuesto, podemos seguir negando a Mia Farrow, cancelando a Woody Allen o no creyendo a Dylan Farrow. Pero si hay algo que consigue “Allen v. Farrow” es que, por primera vez, Mia cuente su historia. ¿No será que los que somos realmente partidistas somos nosotros? ∎
¿La verdad importa o importa lo que queremos creer?
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