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Álbum

Ry Cooder

Chávez RavinePerro Verde-Nonesuch-DRO-Atlantic-Warner, 2005

Rockdelux 230

(Junio 2005)

Rylan Peter Cooder: palabras mayores, historia sin polillas. Incluso el oído más seco queda conmocionado tras una rápida mirada a uno de los currículos más intensos y poliédricos de la música popular de las cuatro últimas décadas. El músico angelino publicó el primer disco a su nombre en 1970, pero ya en la década anterior se le puede rastrear leyendo los créditos de vinilos de Paul Revere, Randy Newman, Phil Ochs, The Rolling Stones, Taj Mahal, Arlo Guthrie, Neil Young, Captain Beefheart... Mareante. El prodigio, nacido en marzo de 1947, comenzó a pulsar las seis cuerdas con apenas 16 años. Y hasta hoy. Siempre buscando y mirando, absorbiendo, compartiendo y aprendiendo. Con la entrada de la década de los ochenta, sus inquietudes se centran en la música para el cine. En este campo, algunas obras maestras que serán recordadas aunque ardan las imágenes que las hicieron posibles: “The Long Riders” (1980), “Alamo Bay” (1985), “Paris, Texas” (1989)... El doble CD “Music By Ry Cooder” (1995) es la mejor introducción a sus partituras para la pantalla.

Mucho antes de que se inventara eso de la world music, Cooder ya daba masajes con pócimas de tex-mex o brisas hawaianas, semillas que años más tarde darían frutos en forma de fascinantes trabajos compartidos junto a músicos de la India (“A Meeting By The River”, 1993; con Vishna Mohan Bhatt) o Mali (“Talking Timbuktu”, 1994; con Ali Farka Touré). En los últimos años, lo más publicitado de su producción se asocia a la estrategia Buena Vista Social Club, un polémico protagonismo (¿buscado?) contestado desde algunos sectores intelectuales del coto castrista. La esencia de su estancia en la isla caribeña desembocó en “Mambo sinuendo” (2003), su exquisito mano a mano con el también guitarrista Manuel Galbán. Y ahora, dos años después, ofrece el regalo de “Chávez Ravine”, uno de sus trabajos más ambiciosos y caudalosos, algo así como un resumen de la esencia de su mirada musical.

“Chávez Ravine” es un disco conceptual destinado a reactivar el recuerdo del barrio del mismo nombre, un suburbio de Los Ángeles habitado mayormente por chicanos que fue demolido a principios de los años cincuenta con la promesa municipal de entregar a sus moradores habitáculos más “humanos”, promesa nunca cumplida: los terrenos fueron vendidos y en su lugar se construyó el estadio de los Dodgers, inaugurado en 1962. La vida cotidiana de las casi trescientas familias de Chávez Ravine quedó inmortalizada en una serie de fotografías de Don Normak (imprescindible, bellísimo su libro “Chávez Ravine, 1949: A Los Angeles Story”), imágenes que han servido de inspiración a Cooder a la hora de construir este “documental auditivo” que es, también, una metáfora cristalina sobre las mentiras que sirvieron de nutriente al Gran Sueño Americano. La historia de Chávez Ravine, “el Shangri-La de los pobres”, también sirve para revivir unos años cruciales en la historia norteamericana: la guerra fría y la paranoia anticomunista, el poder absoluto del FBI de J. Edgar Hoover, el florecimiento de la cultura pop(ular)...
En este imponente fresco de un modo de vida defenestrado por el bulldozer capitalista, Cooder se rodea de verdaderas leyendas de la música pachuca: aquí están Lalo Guerrero y Don Tosti, ya fallecidos (estas fueron sus últimas grabaciones), Little Willie G. (Thee Midniters) o Ersi Arvizu (The Sisters, El Chicano). También han acudido a la cita Chucho Valdés, Flaco Jiménez, Bla Pahinui, David Hidalgo (Los Lobos), Jacky Terrasson, el inevitable Jim Keltner con su batería, Joachim Cooder (hijo del jefe) y Juliette Commagere, partenaire de este en el proyecto Vagenius. En estos callejones del recuerdo conviven y dialogan canciones añejas (“Barrio viejo”, “Los chucos suaves”, “Chinito, chinito”: delicias frescas que desconocen las leyes del tiempo) con nuevas composiciones, el castellano con el inglés y el spanglish, los corridos con el jazz, el rock’n’roll, la balada romántica, la rumba y el danzón. Hay baile y nostalgia, el orgullo de los desheredados iluminando su pasado secuestrado, fiesta y esperanza.

El adjetivo “mestizo” tiene aquí una nueva brújula para redefinir su maltratada identidad. Ry Cooder nunca pisó las calles de Chávez Ravine. Su talento y su generosidad han logrado la proeza de devolverlo a la actualidad en uno de esos álbumes especiales que saben equilibrar a la perfección ética y estética, historia y vida, palabras y música. Muy, muy grande. ∎

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