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Firma invitada / Despachos desde el fin del mundo

Literatura de saldo (volver a la Generación X)

08. 06. 2021

V

olver a Douglas Coupland, regresar a “Generación X” (1991), es como parar en la autopista en medio del desierto –de esos que tanto le gustan al autor– a comer un sándwich, pero sin acceder a agua ni menos aún a un Gatorade, y leer su primera novela (en rigor: releer sus primeros libros) con calma. Contaba cosas del momento, las que no salen en el diario y, sin embargo, son noticias urgentes. Coupland, que escribió una biografía de Marshall McLuhan, entendió que algunos temas actuales solamente pueden ser procesados por vía de narraciones (ingresando a una ficción) y que, si el medio es el mensaje, las novelas y los libros tenían su lugar ahí, en la saturación análoga de fines del siglo pasado. Lo más perturbador de todo es que sus personajes padecen una sobrecarga informativa. El subtítulo de su primera novela es tan revelador como arcaico: “Relatos de una cultura acelerada”.

Vuelvo a “Generación X”, una curiosa, indispensable, acaso poco entendida o, lo que es más probable, mal leída novela. Me falta agregar: notable. Literaria. Atrevida. Un experimento pop para las masas. Hoy es material de saldos. O, quizá, lo que sucedió fue que a Coupland se le leyó de manera ansiosa (compulsiva) y, luego, no se hizo más.

Nombrar a Coupland y confesar que tenías sus libros (cerca de los de Loriga, de Chuck Palahniuk, de Bret Easton Ellis, de José Ángel Mañas y la movida Kronen) junto a los DVD o VHS noventeros –“Reality Bites” (1994), “Eduardo Manostijeras” (1990), de Van Sant, de Tarantino, las primeras de Richard Linklater…– era un proceso curioso: de prestarle esos libros a tus amigos pasaste a dejar de ser amigo de ellos porque leían lo que tú ya (supuestamente) superaste. 

Ya no tenían una cultura acelerada en común.

O creías que lo que tocaba era rechazar todo lo que te formó, deformó y estimuló.

Hay gente que escapa de su familia, de su educación, de su origen social, de sus primeras certezas. Y, en el proceso, cambian sus compañeros de ruta, sus hermanos cósmicos (esos perfectos desconocidos que leen/ven/escuchan lo mismo que tú, y eso que pueden vivir en México o Panamá o Punta Arenas o Algeciras).

No he superado a Coupland y regresar a él me ha abierto puertas olvidadas y otras tapiadas. Sus primeros libros arman un corpus fundamental para entender quiénes fuimos o cómo nos convertimos en esto en lo que estamos (siempre predijo que venían tiempos malos). 

Me dan ganas de escribir un ensayo eterno de Coupland, pero esta es una columna. Treinta años de “Generación X”. Es de 1991: un año clave a nivel musical –“Nevermind”, “Out Of Time”, “Loveless”, “Into The Great Wide Open”, “Achtung, Baby”– y ahí, entre medio, esta novela “curiosa”, hecha de cuentos, que no intentaba explicar el zeitgest sino, a lo más, reflejar el estado de las cosas.

Es un libro que me abrió puertas como lector joven y ciudadano análogo aún atento a lo nuevo. Quizá, también, como escritor. Su mayor fallo fue su título: al ser rotulado con uno genérico, fue analizado como un ensayo oportunista. Sin embargo, el subtítulo ajusta las intenciones: son cuentos de una cultura acelerada que, 30 años después, se leen ahora como una oda a la lentitud, a la pausa, a la posibilidad de no estar conectado y contarse cuentos. Perfectamente se pudo llamar “En el desierto” (como uno de sus cuentos posteriores, dedicado a Michael Stipe), pero no se hubiera convertido en un fenómeno. “Generación X” fue arrastrado por el lodo de la manipulación y expulsado de todo posible canon por ser considerado (erróneamente) un producto desechable, un blockbuster creado por el marketing, una suerte de prenda de ropa usada de esa era que, con fortuna, algún aficionado a lo vintage compró en oferta por eBay. 

Han pasado justo 30 años desde que apareció este libro que, por un lado, estaba pornográficamente interesado en los detalles del presente (esto es el ahora, léelo antes que todo pase) y que, quizá por eso mismo, terminó siendo, entre otras cosas, una notable cápsula del tiempo. Pero “Generación X. Relatos de una cultura acelerada” es mucho más que una colección de polaroids desteñidas acerca de esa bisagra temporal que fue el paso de los 80 a los 90. Me da pereza analizar lo que algunos consideran que son los tics y deslices de la supuesta Generación X. No ando de sociólogo y puede ser la maldición del libro: creer que era un ensayo. Porque lo cierto es que es otra cosa: es frío, distante, mucho más literario de lo que lo recordábamos (¿por qué, al escribir acerca de Coupland, de pronto me sale escribir en un plural colectivo?), que funciona mejor sin todo el ruido mediático. A veces siento que él tenía un plan: capturar la historia antes que terminara. 

Hoy su remix de “El Decamerón” (¿o es “Las mil y una noches” o “Los cuentos de Canterbury”?) parece una oda a lo lento, un canto al placer análogo. En las novelas que siguieron, Coupland intentó –à la Warhol o, incluso, a lo Manuel Puig– desaparecer para dejar que las voces de sus personajes se tomaran sus narraciones. El mayor de los malentendidos (provocados por otros) es que Coupland fue un invento neoliberal desechable. Que fue “creado” para suplir una demanda hambrienta. Algo así como: “¿dónde está la novela que pone por escrito lo que las series juveniles de esos años capturaban sin mucho esfuerzo?”. Lo curioso (lo triste) es que este canadiense global es un autor real (fallido, quizá, pero real, es una voz, esa es su fuerza: su voz) y que es mucho más que un one-hit-wonder. De hecho, como todo artista que merece respeto, fue destilando y ampliando su mundo con libros como “Girlfriend In A Coma” (1998) –desollado en España al bautizarlo como “La segunda oportunidad”–, la certera “Todas las familias son psicóticas” (1991), “Eleanor Rigby” (2004), “El ladrón de chicles” (2007) y un libro de cuentos camineros errantes sublime: “La vida después de Dios” (1994).

“Generación X” debutó en español por Ediciones B. Así, antes de existir, fue considerado por los despistados del momento como literatura juvenil, comercial. Tal cual: Coupland tuvo la mala suerte de caer en las manos españolas equivocadas cuando toda su obra se hubiera hallado más conectada en la rebelde, peligrosa y sensual colección Contraseñas con la que antes Anagrama toreaba a sus lectores. Pero así son las cosas y lo que le pasó en el mercado español a Coupland no fue distinto a lo que le sucedió en otras lenguas. Al titular su extraño, denso y no del todo comercial libro “Generación X” firmó un contrato con el diablo. Pero el diablo está perdiendo fuerzas, ya no es tan pillo. 

Volver a la novela ha sido una experiencia curiosa, fascinante, intensa. Lo que remueve ahora no es tanto el hecho de que yo haya cambiado, o lo que el libro ha mutado (de hecho, me da la impresión que ha envejecido extremadamente bien), sino que el mundo se haya convertido en un lugar tan distinto. Y para ser una narración “iletrada” o “visual”, vaya que está obsesionado con la necesidad de contar, de relatar, de ficcionalizar la realidad: “O nuestras vidas se convierten en historias, o no hay manera de que podamos vivirlas”, dice Claire, uno de los vértices de estos amigos platónicos vegetando como iguanas en trabajos para el cual están sobreeducados en el entonces abandonado pueblo de Palm Springs (pre-meca gay, pre-Coachella, pre-Burning Man). Andy, uno de los dos amigos hombres, sentencia: “Hambriento de afecto, aterrado por el abandono, comencé a dudar si el sexo no es más que una excusa para mirar profundamente dentro de los ojos de otro ser humano”. Mientras que el otro, Dag, cuyo hermano, Tyler, criado con la MTV y narrador de esa suerte de spin-off de “Generación X” llamado “Planeta Champú” (1992), admite los celos que le provoca su hermano menor: “Me da celos que él y sus amigos no sientan miedo por el futuro; me asusta y me llena de celos”.

Coupland, en ese sentido, entiende algo que varios artistas de la época captaron: una sensación de soledad, aislamiento y deriva. Da la casualidad que todos esos autores incapaces de conectar no venían con una falla sistémica, sino que eran, al final, narradores o cantantes o cineastas escondidos y aterrados, sin herramientas para afrontar sus deseos. Al crear en el clóset conectaron con algo universal: sentirse aislados.

Aun así, Coupland no posee la pátina de “prestigio”. Aunque no esté en las librerías cerca de Coetzee, o aunque ahora se venda como saldo, “Generación X” no merece ser desechada. Al revés. Tampoco quiero venir aquí a tenderle una mano. Él sabe lo que hace, entiende lo que hizo y los libros están ahí. Y ahora, en octubre –después de mucho arte visual y una cuenta alucinante de memes en Instagram–, regresa con una novela titulada “Binge”. Quizá ahora, entonces, llegará su momento para leerlo como se merece. ∎

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