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a primera vez que di un concierto fue en el Moll de la Fusta, en Barcelona, en las fiestas de la Mercè, con mi primer grupo con nombre de satélite, Skylab. Pensaba que había sido en 1997, pero después me he dado cuenta de que no era así. Fue un año antes, en el BAM, el 20 de septiembre de 1996, en la final del concurso de maquetas de Rockdelux. Lo he comprobado buscando el cartel. Ha pasado un cuarto de siglo desde entonces, así que es probable que algunos otros detalles de esta historia también los haya olvidado, o los confunda. La memoria es menos fiable de lo que nos gusta pensar.
Cuando digo el primer concierto no me refiero a mi primer festival, ni a mi primer concierto importante. Fue el primero en su sentido literal. Nunca antes me había subido a un escenario. Tengo por algún sitio una cinta de vídeo de aquel lamentable espectáculo, que, por sentido del ridículo, no me atrevo a revisar.
Skylab no había tocado nunca. Tampoco habíamos ensayado gran cosa. Más que un grupo, fue una broma privada que se nos fue de las manos y que monté con una amiga de entonces, Diana Aller. Nos conocimos en un recital de poesía, ella estudiaba Filosofía, y solíamos discutir sobre qué era más importante en la industria musical: si el talento o el marketing. Ya ni recuerdo qué opinábamos entonces cada uno de los dos; mi teoría (o la suya) era que cualquier grupo de música, por malo que fuera, podía tener éxito si contaba con la campaña publicitaria adecuada. Y para demostrarlo, Diana diseñó un plan: triunfar en el concurso de maquetas de Rockdelux con algo parecido a lo que que hoy llamaríamos una campaña viral.
Diana se puso con el marketing y yo me ocupé de la música. Grabé una maqueta de tres canciones con un Casiotone MT68 que me regalaron los reyes magos en mi infancia y un pedal flanger. Y nada más. Skylab era instrumental, y hasta ese adjetivo le quedaba grande porque solo había un instrumento como tal: el Casiotone (el flanger solo sirve para marear). Una de esas canciones, ya con letra y algún instrumento más, se convirtió un año más tarde en “Radio España 2000” de nuestro siguiente grupo tras Skylab, Meteosat; otra fue la base de “Rescate espacial en Alfa Centauro”. Pongo el ejemplo de cómo sonaba aquello por si alguien tiene curiosidad. Basta con revisar ambas canciones e imaginarlas en versión karaoke, sin guitarra y sin voz.
A aquel concurso de maquetas del Rockdelux se presentaron cientos de grupos. Solo cuatro pasaban a la final, que consistía en un concierto en el Moll de la Fusta, en el BAM. Skylab fue uno de esos cuatro seleccionados. Pero dudo de que la razón de que llegarámos a la final, a ese concierto, fuese mi maqueta. Pesó mucho más la labor de Diana, que se dedicó durante semanas a mandar decenas de cartas a Rockdelux haciéndose pasar por seguidores del grupo que nos habían visto en directo en distintas ciudades de España –una gira que jamás existió– y habían quedado prendados de nuestro dudoso talento. Diana se lo curró. Se ocupó de enviar cartas a mano desde distintos lugares de España y hasta cambiaba la letra, escribiendo con la izquierda. Una de ellas, ya no recuerdo cual, salió publicada en Rockdelux. También repitió la estrategia en otros medios, con llamadas de ella y sus amigas hablando de Skylab, al contestador del programa “Diario Pop” de Jesús Ordovás, en Radio 3; allí dejaba mensajes favorables, y otros poniéndonos a parir. Entre una cosa y la otra, el nombre de Skylab empezó a sonar. Insisto: el grupo no existía. En aquel momento, ni siquiera nos habíamos juntado ni una sola vez para ensayar.
Cuando mandamos la maqueta al concurso, ya éramos un trío. Se apuntó a nuestro invento otra amiga, Violeta Alcocer. Pero cuando nos enteramos de que nos habían seleccionado como finalistas, y que nos pagaban un viaje y un hotel en Barcelona para tocar en el BAM, decidimos ampliar el grupo para aprovechar el viaje. Invitamos a dos amigos más: al bajo, Eduardo Carrasco –luego fue el guitarrista de Meteosat–. A la guitarra, Bernardo Gutiérrez –bastante más rockero que el resto de la formación–. La noticia de que habíamos pasado a la final me pilló trabajando de becario en ‘La Voz de Almería’, en uno de mis primeros empleos como periodista. Volví a Madrid a principios de septiembre. Solo pudimos ensayar tres o cuatro veces en el salón de casa de mis padres, antes de debutar.
El concierto fue nefasto, a la altura de nuestra experiencia musical. No solo porque llamarnos amateurs fuese extremadamente generoso, sino porque el concierto era al aire libre y cayó una tormenta. Cuando al final tocamos, con dos horas de retraso, apenas quedaba de público el jurado del concurso, media docena de amigos y poco más.
La crítica que publicó Rockdelux, firmada por Jordi Bianciotto, lo resumió así: “Parecimos asistir a una clase músico-vocal de primero de la E.S.O. Tecno pop bajo mínimos, parapetado en una supuesta coartada naíf que no excluyó, eso sí, excesos guitarrísticos como los que, incomprensiblemente, coronaron el último tema, en plena bacanal AOR”.
El último tema era una versión instrumental de la banda sonora de la serie de dibujos animados “David el Gnomo”. Visto con perspectiva, creo que Bianciotto tenía toda la razón.
Pese a todo, no nos fue tan mal. No solo por lo divertida que fue esta experiencia. Quedamos terceros en esa final, donde los segundos fueron Cecilia Ann y los ganadores un grupo de hardcore de Ponferrada, Toast, del que nunca supe más. Terceros de cuatro finalistas, entre un centenar de maquetas presentadas. Sospecho que no ser los cuartos se lo debemos a Jesús Ordovás, que estaba por allí –no sé si en el jurado– y nos aseguró que le había encantado nuestra actuación porque le recordaba a la primera época de Kaka de Luxe.
Después de esta pequeña estafa musical montamos otro grupo con nombre de satélite, Meteosat. Nos lo tomamos un poco más en serio –tampoco demasiado– y nos divertimos aún más. ∎