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Por Philipp Engel→
29. 04. 2022
El nazismo contado a los niños. Sorprende, de entrada, que el director de dos narraciones animadas tan decididamente adultas como “Vals con Bashir” (2008), sobre una de las guerras del Líbano, o la para mí a todas luces superior “El congreso” (2013), basada en Stanisław Lem, haya querido explicarnos al monstruo nazi a través de su mito más cándido sin contar a los muchachos de la Rosa Blanca, que fueron decapitados por distribuir poéticos pasquines de resistencia y que también tienen su película correspondiente: “Sophie Scholl” (Marc Rothemund, 2005). Pero si Hollywood abrazó a la autora de “El diario de Ana Frank” (1947) en una fecha tan temprana como 1959 y le puso el rostro de Millie Perkins, Ari Folman (Haifa, Israel, 1962) también se ha sentido irremediablemente atraído por la joven diarista desde hace ya un tiempo: en 2017, con ayuda de su cómplice habitual, el ilustrador David Polonsky, convirtió el famoso diario en una ambiciosa novela gráfica.
Un lustro después ha querido ir más lejos, y para devolverla al cine se ha centrado en Kitty, una de las amigas (imaginarias) de la prisionera de la casa de atrás. Recordamos su confinamiento forzoso de más de dos años y su abyecto destino, para el que no había vacuna. Los nazis emergen como salidos de las escenas animadas de “El muro” (Alan Parker, 1982), casi esperamos ver aparecer equívocos martillos y escuchar los pesados pasos de Pink Floyd. Aquí también hay algo de psicodelia, al menos en teoría, puesto que la banda sonora –tampoco especialmente memorable– corre a cargo de Ben Goldwasser, del grupo MGMT. Pero Kitty vive en la actualidad y busca a su amiga sin saber cómo acabó. Sufre amnesia colectiva, podríamos decir. Nos pasea por la calle Prinsengracht, ahí donde se forman colas inhumanas de turistas que aguardan ansiosos para hacerse un selfi en el lugar exacto donde a Frank se le hundieron los ojos de hambre y de miedo. Folman no se muestra tan incisivo en cuanto al “turisteo”, pero el museo y el ganado de visitantes rumiantes están en primer plano, para quien quiera verlos. Ahí hay una película inexplorada, en la línea de “Austerlitz” (Serguéi Loznitsa, 2016), donde la cámara impávida retrataba a los turistas de Auschwitz haciendo cola como quien espera al brunch recomendado por la guía de la aldea global.
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