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“La filial” (“Филиал”, 1990; Fulgencio Pimentel, 2023) fue la obra final de Serguéi Dovlátov (Ufá, 1941-Nueva York, 1990), publicada en ruso en 1989 en la revista “Zvezdá” y en inglés poco después de la muerte del escritor en agosto de 1990, a los 48 años.
Quienes hayan leído “Los nuestros” (1983), “La extranjera” (1986) o “La maleta” (1986), todas disponibles en nuestro país, ya saben del estilo confesional, directo y macerado en un sentido del humor que aúna melancolía y crítica feroz del escritor ruso, cuyas obras fueron editadas todas en Estados Unidos tras su salida de la Unión Soviética en 1979 (en su país, sus escritos circulaban de forma clandestina por medio de los samizdat, las publicaciones clandestinas que burlaban, o lo intentaban, la férrea censura que el régimen soviético aplicaba a los escritores “indeseables”).
El protagonista de “La filial” –trasunto del propio Dovlátov– es enviado en 1981 a Los Ángeles para cubrir un congreso cultural de representantes del exilio ruso en Estados Unidos. Inesperadamente, aparece de forma intempestiva el gran amor de juventud de su vida (en la vida real, Asia Pekuróvskaya) y el asunto no discurre como estaba previsto…
Alternando la crónica del congreso, la (demencial) relación con su exmujer reaparecida y los recuerdos de su enamoramiento en el Leningrado/San Petersburgo de los años sesenta y setenta, Dovlátov crea una maravillosa cápsula de tiempo que habla, una vez más, de las turbulencias del amor, de lealtades y traiciones, del surrealismo de vivir bajo un régimen dictatorial absurdo, lleno de bifurcaciones burocráticas asfixiantes, y del escepticismo al descubrir que las “libertades” de occidente son, también, un camino lleno de baches y espinas.
Dovlátov es (fue) un genio (no lo vamos a descubrir ahora) atrapado en unas circunstancias históricas que limitaron su creatividad pero de la que supo extraer fuerzas para legar un corpus literario excepcional, sin parangón en la literatura rusa de las últimas décadas del siglo XX (bueno: alguna conexión sí hay, con reparos, con el torrencial enfant terrible Eduard Limónov).
La magnífica edición de Fulgencio Pimentel (que ya tiene en su catálogo otras cuatro obras del autor), con traducción de Tania Mikhelson y Alfonso Martínez Galilea, incluye, a cargo de la primera, un epílogo, una cronología y un detallado despiece con los personajes reales en los que se basó Dovlátov para construir este delicioso artefacto (auto)biográfico que danza con gusto en los mares de la ficción. ∎