Estribillo, guitarra, estribillo. La tormenta de punk-pop transparente que arropaba el patetismo rabioso de la voz de Kurt Cobain se ha esfumado. La simetría resplandeciente de la producción de Butch Vig y la atractiva funda de
“Nevermind” no han tenido secuela. Al factor sorpresa que encendió la mecha de su hiperveloz (¡¡instantáneo!!) ascenso solo le quedan las brasas del cotilleo doméstico, las ventas millonarias y celebradas fecha de lanzamiento. ¿Disco de La Gran Metamorfosis? Negativo, los ecos de “Lithium”, los arranques chispeantes y el sonido metálico perezoso son ya marca de la casa y, hoy por hoy, nadie cambia una jugada ganadora: guitarra, estribillo, guitarra.
Las numerosas mentes inquisidoras del fenómeno
Nirvana considerarán “In Utero” un insufrible mamotreto autoparódico diseñado para uso y abuso de
heavies ortodoxos (rama alternativa) o cerebros adolescentes descafeinados vía satélite. Pero lo que yo percibo es un disperso centrigufado de canciones sucias, de interiores deformes con dolor de cabeza y sabor a labios cortados. Rabia de ascendente beatnik en momentos agridulces como
“Heart-Shaped Box” (
“He estado encerrado en tu caja con forma de corazón durante una semana / He sido atraído por tu trampa-charco de alquitrán / Desearía tragarme tu cáncer cuando ennegreces”) inyectados de un morboso sentido de las relaciones de dependencia. Estribillo, guitarra, estribillo. Tan solo
“Pennyroyal Tea” y
“Frances Farmer Will Have Her Revenge On Seattle” escapan al ejercicio de egiptología que es entender el caótico sentido poético del señor Cobain.
“Serve The Servants” y la irradiable
“Rape Me” nos devuelven su talento magnético para construir pesadillas concéntricas y
“Milk It” es otro arrebato de ruido clásico.
Ellos son Nirvana: autores de este álbum aceitoso, especial y narcoléptico (más de veinte minutos en blanco). Nirvana: vendedores de diez millones de discos. Nirvana: ponedores inconscientes de las pilas de la industria. Nirvana: guitarras, estribillo, guitarras. ∎