Para poder leer el contenido tienes que estar registrado.
Regístrate y podrás acceder a 3 artículos gratis al mes.
Bravo por la música, que decía Juan Pardo. O bien: Gracias por la música, que decían ABBA (incluso en castellano). Ninguna de estas dos canciones ha acabado entrando en esta lista sobre música sobre música, si se nos permite el trabalenguas. Pero los 30 títulos que componen esta selección son todos celebraciones de la misma forma de expresión a la que pertenecen. Podrían ser más, claro: han quedado fuera, por ejemplo, algunas torres de la canción explícitamente metalingüísticas, que darían (darán) para un artículo aparte, sobre la música que es consciente de ser música. Lo mismo sucede con aquellas que tratan sobre el hecho de bailar, que reclaman su propia fiesta.
Sorteando los obstáculos de la endogamia, la estrechez de miras o la cursilería, esta treintena de canciones es un elogio explícito a la música, unas veces reflexionando sobre facetas poco verbalizadas, otras descubriendo poderes inimaginados, lanzando reconocimientos y saludos a compañeros y compañeras de arte o reconociéndose como parte de algo: una escena, un sonido, una profesión. Así que, bravo. Y gracias.
Britney Spears, Eminem, Miley Cyrus, o en nuestro idioma desde Moderatto a Aerolíneas Federales, todos y todas nos han contado que aman el rock’n’roll. Pero la amante primigenia, con permiso de The Arrows –quienes fueron en realidad y sin fama los creadores de este guitar anthem–, fue Joan Jett. Las que fuimos niñas en los 80 aprendimos con ella que una chica podía tocar la guitarra, pasarse el videojuego de lo cool y hacer todo lo que hacían ellos. Que en este caso sería tontear con alguien en un bar de carretera, ir metiendo monedas en una jukebox, corear hasta el agua de los floreros y lo que surja. Hay dos tipos de personas en el mundo: los que opinan que en esta canción lo icónico es el riff de guitarra, y las que tenemos razón y decimos que lo verdaderamente mítico es el aullar de Joan. Marta Pallarès
“Música contemporánea”, el tema con el que La Bien Querida abría el EP “Alevosía”, arranca con un dial radiofónico que va y viene cazando frecuencias al vuelo. En un momento dado parece que se ha sintonizado una emisora en la que suena “A Forest” de The Cure, pero en realidad es la línea de bajo que abre la canción de la vizcaína. Y ahí, justo en ese instante en el que dos rutas en diagonal se superponen, queda capturado el verdadero encanto de, ejem, la música contemporánea: vivimos entre melodías, estribillos, sonidillos al fin y al cabo, que nos traen otros a la cabeza para formar un loop infinito del que no queremos escapar. Víctor Trapero
Escondida entre el valle de “10 milles per veure una bona armadura”, eclipsada por la trascendencia de “Benvolgut”, la emotividad de “La cançó del soldadet” y el movimiento de caderas de “Boomerang”, los seis minutos de “Criticarem les noves modes de pentinats” de Manel despliegan la declaración de amor incondicional más bonita y al mismo tiempo triste del pop catalán. Pasarán los años, explica, estaremos lejos, quizá ni siquiera seremos amigos, pero yo seguiré cantándote canciones igual, convocando “verset a verset” tu cuerpo “llarg i blanc”. Y, allí donde esté, me verán sonreír un poco por debajo de la nariz… y nadie sospechará de quién estoy hablando. Aleix Ibars
Digan lo que digan algunos, bailar de lejos sí es bailar. Y si no, que se lo cuenten a The Divine Comedy y a lo que hacían cada jueves por la noche en la indie disco, meneando el hombrito y mirándose a los pies mientras sonaba “Tainted Love”, The Cure o los Pixies. Corrían los 2010s y en el mundo prepicor latino de los Ochoymedios y los Razzmatazzes (precisamente, Neil Hannon nunca había sonado tan parecido a Jarvis Cocker como en esta canción) todavía no se habían cansado de pedir al DJ que volviera a poner a Blur o a los Stone Roses. O “Blue Monday”, como demuestra el estallido del público ante la versión con mashup que se marcan estos comediantes en directo. Porque, digan lo que digan, bailar de lejos sí era bailar, y las noches de nuestra juventud siempre tendrán un lugar especial en nuestro corazón, debajo del póster de ese cantante del que ahora renegamos, porque vaya tío, pero qué guapo estaba aguantando ese ramo de flores. Marta Pallarès
Entonces, ¿qué es la música? “La música soy yo”, dijo Cerrone mezclando francés (“je suis”) e inglés (“music”) en 1978. Ahí es nada. Seguramente exageraba un poco, aunque toca darle la razón si acotamos un poco más: en cierto modo, sí podría decirse que la música disco es Cerrone y Cerrone es la música disco. ¿O acaso aquella “Giorgio By Moroder” de Daft Punk no podría haberse llamado “Marc By Cerrone” con los mismos resultados icónicos? Y también, por supuesto, con el mismo brillo dorado de 24 quilates que hace más de cuatro décadas ya resplandecía en “Je suis music”, uno de los éxitos iniciáticos de Cerrone y el toque de corneta que movilizó al batallón french touch que llegaría después copiándole todos los trucos. Víctor Trapero
Él dijo: “Que se haga la música”. Y así fue, a pesar de las fuerzas oscuras que quisieron retenerla. “Let’s Change The World With Music” debía haberse publicado en 1992, pero un malentendido con Sony lo mantuvo en el limbo de los álbumes perdidos hasta 2009, cuando Paddy McAloon y Calum Malcolm recuperaron las demos originales y las masterizaron de nuevo, dando nueva vida a un evangelio que se abría con “Let There Be Music”, réplica del credo pop al “Let There Be Rock” de AC/DC que viaja megahercios desde el rapeado a un sophisti-pop ultrarromántico en el que McAloon nos insta a no derramar más lágrimas, pues la música, pase lo que pase, siempre estará allí. Gerard Casau
Esta canción es una lista de palabras en francés que riman con “musique” (y con el “automatique” del título), que además funcionan –con licencias– para describir cómo es la música: matemática, telepática, erótica, barbitúrica, enigmática, romántica… Esta canción también es una lista del recorrido que hace la música del emisor al receptor: boca, micrófono, amplificador, sistema de sonido, oído, cerebro. Y esta canción está en la lista de las más icónicas de Stereo Total, el dúo francogermano berlinés de electropop yeyé formado por Brezel Göring y Françoise Cactus, que murió este 2021, y a quien queremos recordar aquí. Danke schön, merci beaucoup! Marta Salicrú
“Mi música los tiene fuerte bailando / Y se baila así”, canta José Álvaro Osorio Balvin en la que podría considerarse la canción catalizadora de la nueva ola global del reguetón. Como sucede a menudo con J Balvin, “Mi gente” cumple una doble función: divertir... e instruir. Hace bailar y evangeliza a los neófitos. Récords aparte (recordemos, la canción es a su vez un remix de “Voodoo Song”, de Willy William), el colombiano ofreció aquí un manual de instrucciones para que el mundo entendiera el género y lo abrazara. Era sencillo: “Si el ritmo te lleva a mover la cabeza / Ya empezamos como es”. Para cuando Beyoncé se subió al remix unos meses después, la leyenda ya estaba escrita. Aleix Ibars
Los buenos tiempos de “Violent Femmes” (1983) y “Hallowed Ground” (1984) ya quedaban lejanos, pero al trío de Milwaukee aún le sobraban cartuchos de inspiración, como esta oda a la “música americana” que abría “Why Do Birds Sing?”, su quinto álbum y el último con la formación original del trío (Gordon Gano, Victor DeLorenzo y Brian Ritchie). “You were born too late / I was born too soon”, pero la “American Music” –ese Hammond que repta de fondo, esas palmas que refrescan y cosquillean– puede arreglarlo todo. A encamar junto a “American Beat ‘84” (1984) de The Fleshtones, otra oda genérica a los calambres rítmicos del País de los Valientes. Juan Cervera
Era cuestión de tiempo que Dominique Ané hiciese una canción titulada “La musique”. Toda la carrera del francés ha consistido en buscar la manera de relacionarse y de tocar aquella materia que daba sentido a su oficio de cantante y compositor. Pero, en el tema que da título a su octavo álbum, atravesado por corrientes de ritmos programados y un tono de epifanía sonámbula, Dominique A comprende finalmente que la música es un líquido que siempre se escurrirá entre sus dedos. Por eso, la única manera de aprehenderla es sumergirse y bucear en ella, dejando que la corriente te desplace a través de la memoria emocional. Gerard Casau
Antes del más o menos infundado “todo va a ir bien” que nos ha dejado la pandemia, y antes de que fuéramos muchas las que dijéramos “suerte hemos tenido del disco X o Y para sobrevivir al confinamiento”, ya hubo quien lo dijo alto y claro: fue Sterling Void en “It’s All Right”. Un clásico house directo desde Chicago que, ante las dictaduras y opresión en el mundo, optaba por un hedonismo optimista y algo (bastante) naif: “I hope it’s gonna be alright, ‘cause music plays forever”. Un año más tarde, en 1988, Pet Shop Boys le bajaron un poco de azúcar al original filtrándolo a través la voz de Neil Tennant, ese tamiz que nunca estás segura de si es del todo feliz o no. Así que, si bien no podemos afirmar rotundamente que todo vaya a ir bien, como mínimo todo va a “ir” mientras tengamos algo con qué bailar. Marta Pallarès
Era 1999 y “Music For Girls” se bailaba en todos los templos indie pop, del Nitsa de Barcelona a Benicàssim. Baxendale, trío de pop electrónico de Londres, la publicaban en el que sería su único LP, “You Will Have Your Revenge”. Con una narrativa coming of age que recuerda a “Babies” de Pulp, atravesada por la pasión musical y la sexual trenzadas, el narrador relata cómo los lads del britpop llaman “música para chicas” a las canciones que le hacen vibrar. El protagonista se cuelga de la chica que se sabe todas las novedades discográficas y, plot twist, a la chica él también le mola, justo por los motivos por los que los bullies se reían de él. Y entonces lo entiende todo: “So this is the beginning. Yeah, this is the one. This is your life. This looks like its gonna be fun. This is the most important feeling in the world. Yeah, this is the good stuff. This is music for girls”. Piel de gallina. Marta Salicrú
Está bien que Kevin Rowland suelte en la letra eso de que quiere escuchar discos donde alguien cante de manera pura y verdadera, sin guitarras demasiado ruidosas y crudas, que no haga falta subir el volumen para sentirlo muy adentro. Pero está mejor que, además, predique con el ejemplo. En “Let’s Make This Precious” es él mismo el que canta fuerte y sincero. Poseído por el celtic soul exultante de su segundo disco, como un Van Morrison desbocado, Rowland se opone al rock (al “rockismo”, más concretamente) presentando como alternativa una música en plenitud: vientos bravos y violines silvestres hinchan las velas de una canción que es la felicidad al 110%. La mega-fama de “Too-Rye-Ay” se la llevó “Come On Eileen”, sí, pero en este tema Dexys lo hicieron, de verdad, precioso. Joan Pons
La primera canción del último disco de Daft Punk. Que “Random Access Memories” se abriera con “Give Life Back To Music” no era para nada casual: gracias a las características voces robotizadas del dúo francés, surfeando encima de la instrumentación orgánica de Nile Rodgers, Paul Jackson, John “J.R.” Robinson y Chilly Gonzales, el tema ejerce de puente simbólico entre los Daft Punk puramente electrónicos y su forma final, casi humanizados. Pero, además, da la clave para entender todo lo que vendrá en álbum: “Let the music in tonight / Just turn on the music / Let the music of your life / Give life back to music”, repiten durante toda la canción, inaugurando el homenaje rebosante de amor a la música disco y el funk que es todo “Random Access Memories”. Aleix Ibars
Exuberancia disco-funk para los mejores bailarines. Bernard Edwards y Nile Rodgers compusieron, produjeron y aportaron esa musculatura rítmica y esa mano derecha tonta a la guitarra tan marca de la casa Chic. Y la casa era grande, claro. Una lujosa mansión decorada con cuerda y pianos en la que las hermanas Kim, Kathi, Joni y Debbie Sledge se abandonaban al placer de perderse por las estancias del R&B prémium. En el extremo opuesto de Philadelphia (la ciudad y el sonido de Sister Sledge), tanto Anita Lane como Mark E. Smith leyeron las entrelíneas de este hit “pistero” con respectivas (per)versiones en el mismo año, 1993. En el caso The Fall y de la ex Bad Seed, no obstante, más que al vagabundeo feliz por la música, sus “Lost In Music” apelaban a la desorientación, al extravío y casi al naufragio por culpa de la música. Joan Pons
Si ya en 1957 Chuck Berry festejaba en “Rock’N’Roll Music” las gracias de este género recién nacido, 17 años después unos de sus más ilustres admiradores reconocían que esta música quizá solo se había convertido en la cosa más importante de las cosas menos importantes (que no era el fútbol). Y no sonaba a excusa, sino a condición del alma. Un “qué le vamos a hacer” orgulloso cuya base rítmica e idea primigenia se originó en una jam entre Mick Jagger y dos Faces, el batería Kenney Jones y el guitarra Ron Wood, perfilándose ya como sustituto de Mick Taylor. Algo de gresca rockera, de “conchabeo” descamisado entre músicos disfrutones (los coros son de un tal David Bowie, que pasaba por ahí), queda en el registro final de un tema que también es lema. El rock como fiesta de la espuma. Joan Pons
Stetsasonic lanzaron pelota con “Talkin’ All That Jazz” (1988) y, dos años después, Guru y DJ Premier subieron a los cielos con “Jazz Thing”, su aportación a la banda sonora de “Mo’ Better Blues” de Spike Lee. Con Branford Marsalis, coproductor, el dúo de Brooklyn puso una pica en la Edad de Oro del hip hop reverenciando el inmenso legado de la historia del jazz: una perfecta pieza de orfebrería pulida con samples de Louis Armstrong, Thelonious Monk, Charlie Parker, Charles Mingus o Duke Ellington (y Kool & The Gang) y rimas que nos recuerdan que “Its roots are in the sounds of the african” y lanzan saludos a, entre otros, Billie Holiday, Scott Joplin, King Oliver, Max Roach, Sonny Rollins, John Coltrane y Ornette Coleman. Lección de historia de repaso obligado. Juan Cervera
Intenta leer “mama-say, mama-sa, ma-ma-ko-ssa”... sin cantarlo. Bendita seas, Rihanna, entre todas las mujeres en la pista de baile, por hacer la gamberrada de guiñarle el ojo al sagrado Michael Jackson de “Thriller” (1982), por no renegar de los sintes y los bajos del eurodance más vacilón, por elevar una noche de juerga a la categoría de imperativo moral. En definitiva, gracias por darnos “Don’t Stop The Music”, el mayor banger en “Good Girl Gone Bad”, y que nos perdonen “Umbrella” y Jay-Z. Con la tozuda referencia a “Soul Makossa”, éxito global de 1972 del camerunés Manu Dibango (ya citado por Jacko en “Wanna Be Startin’ Something” y posteriormente, en 2010, por Kanye West en “Lost In The World”) flotando como un mantra a lo largo de cuatro minutos “rebotones”, el club se tira a la block party (o la block party se cuela en el club) para reconciliarnos con el poder curativo del meneo a ojos cerrados y cuerpo apretado, del sudar nuestros problemas y escapar no de, sino hacia la música. Mama-say, mama-sa, ma-ma-ko-ssa… Marta Pallarès
Con el grunge completando su estrategia de dominación mundial vía “Nevermind” (1991), Lou Barlow, Jason Lowenstein y Eric Gaffney lanzaron en 1991 el EP “Gimme Indie Rock!” a través de Homestead. Frente a la invasión de las hordas del Noroeste, el trío de Massachusetts grita alto y fuerte su reivindicación del indie rock, cuando el estilo era todavía una alternativa contracultural al dragón corporativo. El alarido inicial de “Gimme Indie Rock” es un relámpago guerrero al que sigue un name-dropping con reverencias a la historia precedente (Stooges, Velvet Underground) y reconocimientos a Pussy Galore, Sonic Youth, Hüsker Dü y Dinosaur Jr. ¿El “Losing My Edge” de la generación indie? Rotundamente sí (y sin coartadas de posmodernismo ilustrado): “It’s a new generation of electric white boy blues”. Juan Cervera
CSS, Cansei de Ser Sexy para quien no tenga confianza con ellas, forman parte de esa banda sonora fluorescente que circa 2006 inundó los clubes con la misión de que los indies dejaran de bailar haciendo el air guitar. A saber: Klaxons, Yelle o este combo brasileño de electro-punk de juguete que se saltó el ilustre subgénero “música para follar” para inventarse directamente el de “música para follarse a la música” con “Music Is My Hot Hot Sex”, un hit puramente coyuntural imposible de entender fuera de su contexto. Su sonido es de otra vida, pero su leitmotiv es para siempre: “from all the drugs the one I like more is music”. Víctor Trapero
Guille Milkyway no practica el name-dropping, entendido esto como ir soltando nombres para ostentar cultura. Si en “Esta noche solo cantan para mí” menciona a Blossom Dearie, Nina Simone, Kirsty MacColl, Karen Carpenter, Dusty Springfield y Astrud Gilberto, es por el poder curativo que tiene la música de estas cantantes y cantautoras sobre su alma. Por cómo sus voces le funcionan como analgésico para su dolor y como ansiolítico para su angustia. En un presente en el que nos reivindicamos como frágiles y con la salud mental en precario equilibrio, llama la atención que Guille lo cantase en 2007, cuando esta canción se publicó como segundo single de “La revolución sexual”, el punto de inflexión en la carrera de La Casa Azul. Marta Salicrú
Un motivo de la banda sonora de Elmer Bernstein para “Los siete magníficos” (John Sturges, 1960) sirve de introducción para que la voz de Arthur Conley haga un repaso vertiginoso a las bondades de la música soul y a sus actores. El foco y los kudos se desplazan de Lou Rawls a Sam & Dave, de Wilson Pickett a Otis Redding (a la sazón, coautor del tema y padrino artístico del cantante), y las palabras lanzan guiños velados, o no tanto, a The Miracles y a Sam Cooke; al fin y al cabo, “Sweet Soul Music” es una declinación de su “Yeah Man”. Así de profundo es el amor de Conley (por el soul). Y lo que en su día se leía como un elogio en presente, hoy se escucha como una vivísima lección de historia. Gerard Casau
Ingredientes para cocinar una canción de pop de los 80 (ya en 1979): estribillos tan pegadizos que no se van ni con aguarrás. Check. Videoclips de fantasía con colores flúor y coreografías adorablemente patosas. Check. ¿Y con fondo blanco, por favor? También check. Aliteraciones sonoras graciosas y “rimables”. Check. Referencias a la diversión, a las discotecas y a la radio. Check, check, y check. Y como aliño final, unas buenas versiones y remezclas que reivindiquen lo hortera sin complejos. Check final (gracias U2, Todd Terje y Devo). Si marca en todas las casillas, ¿cómo podemos negar que la “Pop Muzik” de M es, desde su título y hasta el último “loud and clear, cle-cle-clear”, el plato-canción perfecto de esta gastronomía? Puede que Robin Scott y Brigit Vinchon no se comieran mucho la cabeza al bautizar a su grupo o al escribir esta letra, pero a ver quién les empata en invitar a Bowie para hacer unas simples palmas o marcarse un one hit wonder de este calibre. Marta Pallarès
¿A quién no le ha salvado alguna vez del aburrimiento, o de un corazón rotísimo, un DJ? La pregunta es retórica. De ahí que Indeep, pese a ser una banda one hit wonder (¡pero qué hit wonder!), dejaran una huella significativa a principios de los 80, justo cuando la era disco empezaba a dar paso a la predominancia new wave y hip hop en los clubes –el tema, de hecho, incluye unos prematuros versos rapeados–. Porque, pasen los años que pasen, el trío encabezado por Michael Cleveland jamás desaparecerán del mapa: “Last Night A DJ Saved My Life” está concebida para cobrar vida propia cada vez que alguien la remezcla –el 12’’ original incluía los efectos de una llamada telefónica y el sonido de un inodoro para dar más flexibilidad a los DJs–. Mención especial merecen sus cantantes, Rose Marie Ramsey y Rjane Magloire, cuyas voces seguirán elevándose in aeternum en el cierre de cualquier festival que se precie. ¿Alguna duda de que nuestras hijas la bailarán y cantarán, completamente euforizadas, cuando el DJ de turno del futuro les salve la vida también a ellas? Max Martí
“¡Que no pare la música!”. Esta demanda se suele realizar desde la posición de una embriaguez entusiasta, jaleando al personal para que la fiesta no termine. Su jolgorio lleva implícito un temor: que el silencio lo embargue todo. En cambio, si las palabras las pronuncian Kraftwerk, adquieren otro matiz. La dicción robótica abandona el ruego y se convierte en certeza. El futurismo feliz de Ralf Hütter, Florian Schneider y Karl Bartos (Wolfgang Flür aún formaba parte del grupo, pero no participó en la grabación) activa el mantra rítmico, aparentemente inmutable pero cuya progresión resulta casi épica; una cualidad mutante magnificada por las sucesivas versiones y remezclas que conocería la canción a lo largo de los años. En este transcurso de tiempo, “Musique Non Stop” pasó de ser el single de presentación de “Electric Café” (reeditado en 2009 con el título de “Techno Pop”) a ocupar una posición fija como cierre de los conciertos del grupo alemán, colocando un “sin fin” al flujo de sonido del que ellos y todos los que trabajan, han trabajado y trabajarán con el sonido forman parte. Gerard Casau
Julio de 1975, Lyceum Theatre de Londres. Pisa el escenario el road manager Tony Garrett en funciones de MC y suelta dos recordatorios de las excolonias para soliviantar al público en la platea de la metrópolis. 1: Clama por la liberación del activista rastafari Desmond Trotter, sentenciado a muerte en Dominica. Y 2: “Well, this, I wanna tell you, it’s a Trenchtown experience. All the way from Trenchtown, Jamaica, Bob Marley & The Wailers. C’mon!”. Estos dos mensajes ponen en situación a cualquiera que aún hoy se escuche “Live!”: esto triunfó en el primer mundo, pero era rebel music del tercero; y esto no olvida sus orígenes como música descalza, salida de uno de los barrios más pobres de Kingston. Entonces empiezan a pedalear The Wailers con un tema que, por contrato con Island Records, supuestamente no podían tocar en directo por ser previo a sus discos en el sello. Pero ellos a menudo abrían sus bolos con él. Insistimos: rebel music. De la que golpea, pero no duele. Esa es precisamente el arma de la que tanto celebra disponer Marley en la letra: “One good thing about music, when it hits you feel no pain”. Golpéanos, pues, todas las veces que quieras, Bob. Joan Pons
Con una letra que convalidaría la teórica en “School Of Rock” (Richard Linklater, 2003) y un riff primordial que podría estar sacado de las ondas de calor del baile del pato de Chuck Berry, AC/DC sacaron su primer tema bigger than life. ¡Hágase la luz, la guitarra eléctrica, hágase el rock! Qué más tendrían ellos que contar. Bon Scott oficia la liturgia y chilla el mensaje divino (Tchaikovski en el papel de creador, ojo) para que se dé la circunstancia exacta que permita que los electrones fluyan más a chorro que antes. El hard rock en todo su desparpajo explicado en seis minutos; justo cuando, en el 77, su ascendente necesitaba un empujón. Insistieron en la fórmula que desembocó en este opus, resumen de un sonido que, a su vez, resume el disco al que da título, que a su vez resume a una banda que deja aún en evidencia, por superfluo, todo lo que añadió el género después. Abel González
Tiene la aplicabilidad y la sabiduría de un refrán o una frase célebre. Bailar al son que tocan, o bien, cuando lleguemos a ese río, ya hablaremos de ese puente. La métrica inmortal de Irving Berlin utilizaba un símil musical, también danzarín, para hablar sobre cómo surfear el oleaje de la vida. Esta composición de 1936 (recordemos: en plena Gran Depresión de los Estados Unidos) era también un desideratum de requisitos para afrontar los posibles problemas venideros con deportividad, siempre que hubiera “luz de luna, música, romance y baile”. Muchos intérpretes han hecho suya esta actitud vital tan positiva en versiones con más o menos swing, o más o menos paladeo: Nat King Cole, Ella Fitzgerald, Frank Sinatra, Willie Nelson, Diana Krall… Pero en el imaginario colectivo, este estándar siempre llevará esmoquin y vestido de noche: los de Fred Astaire y Ginger Rogers en el número de la comedia musical “Sigamos la flota” (Mark Sandrich, 1936), para el que Berlin compuso este tema. Cuando tienes pies alados como los de esta mítica pareja, no hace falta afrontar el futuro con música: la música ya eres tú. Joan Pons
Quien no le haya pedido nunca una canción al DJ, que tire la primera piedra. Madonna no la tirará, aunque ella no tenga que ir a berrear a la cabina. Y la prueba está en la canción que abría y daba nombre a su octavo álbum. “Hey Mister DJ, put a record on. I wanna dance with my baby”, ordena Madonna en esta producción de Mirwais (ojo, un nombre super hot cuando el single se publicó hace 20 años), lejos del “Hang The DJ” de The Smiths. Llora como Morrissey (porque la música que pinchan no le interpela) lo que no has sabido pedir como Madonna. “Music” sirve a la vez de himno a la pista de baile y de reconocimiento del poder igualador de la música del título: “Music makes the people come together. Music mix the bourgeoisie and the rebel”. Yeah. Marta Salicrú
“I was there”. Estar presente en el momento preciso, cuando ocurren las cosas que realmente importan. Ser testigo del primer show de Can en Colonia en 1968, por supuesto. O asistir a un ensayo primerizo de Suicide en 1974 en un destartalado loft en Nueva York. Reconocer al instante la magnitud de Captain Beefheart. ¿Te acuerdas todavía de Daft Punk? ¿Es eso nostalgia? No, porque-siempre-quisimos-estar-allí, joder. Para ser notarios de lo mejor de la música a través de las épocas: vivir con intensidad las noches del sucio CBGB, bailar a lo grande en el Paradise Garage (hey, Larry Levan que en paz descanses), balancearse dopado entre sound systems en Kingston, despertarse con el atardecer en la arena de Ibiza en plena conmoción balearic en 1988, sentir en el pecho el primerísimo techno de Detroit en el puto Detroit… La música como celebración y como enseñanza. Todo ritmo lleva a otro ritmo. Venga, empieza con los Beach Boys y sigue, por ejemplo, con los Modern Lovers de Jonathan Richman. Aprende, please. No te quedes colgado, please.
Un ingenioso y perspicaz James Murphy debutó a lo grande con LCD Soundsystem en 2002 con este irónico testamento, la canción-bomba “Losing My Edge”, himno decisivo para definir y liderar el sonido retroactual del siglo XXI. Inspirada en la catarata de imágenes con artistas básicos del imaginario Sonic Youth que nos regalaron en su vídeo de la canción “Teen Age Riot”, Murphy copió y mejoró la idea: proyectó una obra referencial como pocas para teorizar sobre estar o no estar a la última; ese es el dilema. Pero, como demuestra esta pieza ágil y envolvente, para saber de lo último hay que conocer lo que llegó antes. Y Murphy iba sobrado de cultura musical. Aunque, en efecto, sea duro seguir la actualidad y, claro, muy fácil “quedarse atrás”, “perder el filo”, “que se te pase el arroz”…, como advierte simpáticamente en este “losing my edge” riéndose de los “enterados” chicos de Francia, Londres, Tokio, Berlín o Brooklyn (que son muy majos, que conste): obra maestra del metaretrofuturismo. Casi ocho minutos de oro puro, con ese inicio electro que homenajea claramente al “Trans-Europa Express” de Kraftwerk que luego homenajearían Trouble Funk que luego...
Por cierto, ¿sabes realmente lo que quieres? ¿Has visto mi colección de discos milenaria, que no millennial? De This Heat a The Sonics, The Sonics, The Sonics, The Sonics: psycho. ¿Te acuerdas del delirante debut de LCD Soundsystem en España? Fue en el Primavera Sound de 2003: escenario Nasti, madrugada entre el 23 y 24 de mayo, cuatro horas de retraso, prueba de sonido ante el público y cuatro canciones demoledoras en unos intensos veinte minutos a las cinco de la mañana, ya con un imborrable “Losing My Edge” para el recuerdo. Estar presente en el momento preciso, cuando ocurren las cosas que realmente importan. Yo estuve allí. Supera eso. Santi Carrillo