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Cuando, a finales de 1980, Carlos Segarra, un incipiente músico de 19 años del barrio de Sants, entró a grabar el primer disco de su grupo Los Rebeldes en el estudio Gema 1 de la calle Bailén de Barcelona –un local muy apreciado por el que habían desfilado otros músicos como Sisa, Lluís Llach, Guillermina Motta, Máquina!, Música Dispersa, Peret, Companyia Elèctrica Dharma, Lone Star, Pau Riba y Maria del Mar Bonet– no se sintió intimidado. Los Rebeldes habían echado muchas horas allí poco antes. Segarra y el resto de la banda habían registrado en Gema 1, junto a miembros de Los Intocables y C-Pillos, “Los tiempos están cambiando” (Cúspide, 1981), el debut de su amigo Loquillo, el otro rocker barcelonés de referencia.
Además de tocar la guitarra y participar en los coros, Segarra había coescrito para el disco de Loquillo las letras de “Esto no es Hawaii (qué wai)” y “¿Por qué?” y la adaptación al castellano de “Los tiempos están cambiando”, de Bob Dylan. “Habíamos pillado muy buena sintonía con el ingeniero de Gema, Enric Català”, dice ahora Segarra. “Sabíamos que no le asustaba el volumen de la banda. Al entrar a grabar nuestro disco íbamos más relajados. No éramos novatos. No éramos cum laude, pero ya llevábamos mili”. En su breve historial constaban ya algunas páginas doradas, como el concierto que habían ofrecido el 22 de mayo de 1980 en el Palacio Municipal de los Deportes de Barcelona como teloneros de Chuck Berry y Johnny “Guitar” Watson. O el del 19 de septiembre de ese mismo año, dentro del cartel de “La Festa del Treball” del PSUC, cuando abrieron para Mike Oldfield y Ramones en las Fonts de Montjuïc.
Nacido en 1961, Carlos Segarra no había vivido la frenética irrupción del rock’n’roll en los cincuenta; lo conoció, como tantos otros en España, de segunda mano, a través de los grupos que adaptaban aquellos himnos fundacionales al castellano. Había bailado las versiones de los mexicanos Teen Tops de clásicos de Little Richard como “La plaga” (“Good Golly, Miss Molly”), “Lucila” (“Lucille”), “Sigue llamando” (“Keep a Knockin’”), “La larguirucha Sally” (“Long Tall Sally”) o “Tutti Frutti”; y temas de Elvis Presley, Carl Perkins, Chuck Berry y Jerry Lee Lewis. Como tantos otros, “Please, Please Me”, de los Beatles, entró antes en su radar a través de Los Mustang (en 1964) que de sus creadores (en 1963). “Como dice Leslie, de Los Sírex, el rock’n’roll llegó aquí tarde y mal. Solo se conocía a Elvis, y entonces llegaron los Beatles y los Rolling Stones”.
A los 16, Segarra ya era un teddy boy consumado, y no tardó en pasar de oyente incondicional a músico precoz. Formó una banda llamada Cochopolvo, por medio de la cual conoció a Loquillo; con este fundó poco después Teddy, Loquillo y sus Amigos. También tocó en Correo Viejo. “En mi época, tener una guitarra eléctrica era la hostia”, dice. “Era un lujo, aunque se tratase de una marca china. Ese era el ambiente. Tocar en un grupo molaba mucho, porque era difícil y por lo que tenía de actitud vital, política y existencial”.
Esas connotaciones extramusicales hermanaban a jóvenes de todas las tendencias, incluidos punks y rockers, enconados rivales en otras latitudes. “En Barcelona convivíamos sin ningún problema. No olvidemos que el rock’n’roll era el punk de los años cincuenta. Era una salvajada, incluso más que el punk. La provocación de los Sex Pistols con la reina no era nada comparado con que una chica de 15 años le dijera a sus padres blancos, anglosajones y protestantes que bailaba música de negros. Había una actitud que los punks y rockers barceloneses compartíamos. Era: ‘Yo llevo tupé, tú llevas cresta, pero estamos por lo mismo’”. No es menos cierto que un rampante movimiento revivalista del rock’n’roll –Matchbox, Dr. Feelgood y, a finales de década, Stray Cats– había surgido en los setenta alimentado de cierta rabia punk.
La música en Barcelona a mediados de los setenta había estado marcada por la hegemonía de bandas de rock laietano, progresivo, de jazz-rock y rumba, frente a las que la frescura de grupos como los de Carlos Segarra –también Loquillo y, algo después, Brighton 64– ejercía un drástico contraste. “Había un choque generacional y musical”, explica Carlos. “La gente de Tapiman, Iceberg… eran musicazos, la verdad. Y representaban un sonido muy local. De repente, ven que aparecen chavales con tupés a lo Elvis Presley y piensan: ‘Hostia, nos han invadido los yanquis’. Nos miraban con un recelo de la hostia. Luego me he llevado muy bien con ellos, pero en aquel momento sí que hubo un choque de actitud. Y, las cosas como son, nosotros pensábamos: ‘Mira esos hippies’”.
Otra de las bandas con las que Segarra trasteaba de vez en cuando era La Granja Azul; un grupo de verbena que en vez del repertorio habitual de la pachanga tocaba temas de los Rolling Stones, Chuck Berry o Creedence Clearwater Revival. Cuando el cantante de La Granja Azul se fue a la mili, el resto del grupo pidió a Carlos que lo sustituyera. “Dije: ‘Vale, pero ahora vamos a llamarnos Los Rebeldes y vamos a ceñirnos estrictamente al rock’n’roll”, recuerda. Tras algunas entradas y salidas en la formación, esta quedó configurada con Carlos Segarra como cantante y guitarrista, el bajista Aurelio Morata y el batería Moisés Sorolla. Enseguida se les unió el pianista Emilio Díaz, un músico algo mayor que trabajaba como director en un colegio de Badalona y quien trataba de proteger su buena reputación docente usando un seudónimo –“Speed”– y tapando su cara con un sombrero en las fotos.
“Un día, unos amigos en común del Club Elvis en España nos invitaron a comer a casa de Emilio, en una zona residencial muy bonita, y empezamos a hacer ‘jam sessions’, improvisando, y se quedó con nosotros como pianista y mánager. Él tenía un estudio de grabación con un magnetofón de bobina abierta Revox, de esos que había en la radio”, dice Carlos. En el estudio casero de Emilio grabaron sus primeros temas. “Con esas cintas, pasadas a casete, íbamos de emisora en emisora: Radio Juventud, Radio España, Radio Barcelona, hasta que empezaron a pincharla. Era a base de dar mucho la brasa”.
Los conciertos de Los Rebeldes reunían cada vez a más gente, lo que los convenció de que había llegado el momento de grabar un disco. Resolvieron entonces grabar una maqueta para moverla por compañías discográficas, para lo cual se encerraron en los estudios Moraleda, en el 172 de la calle Caspe. Curiosamente, en la actualidad Aurelio Morata es copropietario de esos estudios, que hoy se llaman Mitik Records. Entre los temas que incluyeron en la demo, aparte de varias versiones, estaban “Eres un rocker”, “El rock del hombre lobo” y “Mi pequeña Marilyn”. La primera disquera en interesarse por su trabajo fue EMI Odeón, aunque su interés pareció diluirse rápidamente. Más rápidos estuvieron en CBS, cuyos responsables llegaron a un acuerdo con la banda y organizaron una fiesta en la discoteca Studio Ono, en la calle del Pi, para presentarla en sociedad.
Entre los asistentes a la fiesta estuvo José Antonio de la Loma Jr., el A&R que les había echado el ojo en EMI. Era hijo de José Antonio de la Loma, director de películas míticas del cine quinqui como “Perros callejeros” (1977) o, posteriormente, “Yo, El Vaquilla” (1985). Comoquiera que, a pesar de los fastos, Los Rebeldes aún no habían firmado nada con CBS, De la Loma los citó unos días después en su despacho para formalizar el contrato.
Acordaron grabar el disco en Gema 1, pues la actitud del técnico les inspiraba más tranquilidad que el personal de Moraleda, donde habían registrado la maqueta. Pero antes Carlos Segarra debía afrontar un importante trámite: ponerse a componer. Devoto de las versiones, hasta ese momento no había mostrado gran interés por crear canciones. “Me daba mucha pereza escribir letras”, admite. “Pensaba en inglés. Montaba mi letra en inglés y la adaptaba de modo que no quedara muy ridícula en castellano. Las letras del primer disco no son para que me den el Premio Cervantes; están muy inspiradas por las letras de lo que yo escuchaba en castellano: Teen Tops, Los Sírex… Mucha frase hecha, mucha celebración del baile”.
Fuese por su maña creativa o por eximente estilística, se libraron de tener que incorporar a su disco canciones de un compositor muy conocido en EMI: Ray Girado. “Cuando fichabas con EMI, estabas obligado a grabar una canción de Ray Girado”, dice Segarra. “Era el alias como compositor del director de la compañía, Rafael Gil. Así se llevaba derechos de autor de la venta de tu disco. El chico de promoción nos dijo: ‘¿Sabéis que sois el único grupo al que Ray Girado no ha pedido que grabéis un tema suyo?’. Supongo que veían que la gente acudía en masa a nuestros conciertos, pero no sabían qué coño hacer con nosotros y pensaron ‘déjales que hagan’”. Desde principios de los setenta, las composiciones de Ray Girado encontraron fácil acomodo entre solistas melódicos de EMI como Manolo Otero, Lorenzo Santamaría, Miguel Gallardo o Dyango, aunque también grupos como Santabárbara, Los Diablos y Los Chunguitos grabaron sus temas.
Fueron exonerados, además, de tener que lidiar con un productor en nómina ajeno a su sonido; la tarea de producirse a sí mismos no los amedrentó. Así lo explica Segarra: “Cuando llegas a un estudio de grabación y ya has hecho tu primera maqueta, te das cuenta de que lo que hay allí es como tu mesa de cuatro pistas multiplicada por seis. Pero viene a ser lo mismo. Todo más bonito, con mejor calidad de sonido, pero el concepto básico es el mismo. Además, nuestra idea, y la de toda banda de rock, era sonar lo más parecido al local de ensayo, no demasiado sobreproducido”.
Publicado en abril de 1981 –y reeditado en 2023 en vinilo por Warner Music con motivo del Record Store Day– con el título de “Cervezas, chicas y… rockabilly!” –“Porque ‘Sexo, drogas y rock’n’roll’ ya estaba pillado, lo sacó Ian Dury, pero el concepto es el mismo”, apunta Segarra–, el primer disco de Los Rebeldes reunía catorce canciones, todas propias excepto una versión: “Recuerda” (“I Remember”, de Eddie Cochran). El repertorio explotaba los tópicos del rock’n’roll con un ángulo castizo e historias de personajes singulares. “Creo que eso es muy heredado de los títulos de canciones de rhythm’n’blues y rock’n’roll: ‘Rock‘n’roll Ruby’, ‘Suzie Q’… Inconscientemente creo que intentaba que en castellano pareciera una canción auténtica. ¿‘I Am A Rocker’? Pues ‘Eres un rocker’, venga. ¿‘Wild Cat’? ‘Gata salvaje’”, reconoce el músico barcelonés.
Rompía el hielo “El rock del hombre lobo”, un tema vertiginoso que espoleaba al oyente desde los primeros compases. “Es un homenaje a Wolfman Jack, el gran locutor de radio americano que aparecía en la película de George Lucas ‘American Graffiti’ (1973)”, revela Segarra. “La banda sonora me dio la oportunidad de descubrir versiones originales de Buddy Holly o Chuck Berry. Es muy rápido: es un poco como los Beatles cuando abrieron ‘Please, Please Me’ con ‘I Saw Her Standing There’: la primera en la frente”.
Dos canciones aparecían firmadas por Carlos Segarra y José María Sanz (Loquillo): “Eres un rocker” y “Mi pequeña Marilyn”. “Una cosa digo en favor del Loco. A mí me gustaba cantar canciones que ya conocía. El Loco insistía mucho en contar cosas que pasaran aquí y no en Memphis. Él me fustigó bastante para componer material propio”, concede Segarra. De “Eres un rocker” cuenta que “nació en mi casa de Sants, entre el Loco y yo. Creo que la teníamos hecha antes incluso de que el Loco grabase ‘Los tiempos están cambiando’”. Y describe “Mi pequeña Marilyn” como “simplemente un ejercicio de estilo, una canción de rockabilly en castellano”. Sobre la relación entre ambos, subraya: “Somos como hermanos. No hablamos todos los días, pero sí a menudo. Él sabe que me puede llamar cuando quiera, y yo sé que puedo llamarlo cuando quiera”.
La única canción propia en la que Segarra no intervenía como compositor era “Vámonos”, salida del magín de Emilio Díaz, el pianista. La versión que aparece en el álbum no procede de las sesiones de Gema 1, sino que se trata de la recogida en la maqueta de los estudios Moraleda. “Volvimos a grabarla”, cuenta Segarra, “pero no quedó tan bien como aquella que él cantó en uno de esos días que tienes ángel. Preferimos utilizar la versión con otro sonido, pero que contenía la mejor toma, que otra con una mejor calidad de sonido pero que no tenía el encanto de esta”. Díaz falleció el 22 de febrero de 2020.
En cuanto a la única versión, no le resultó difícil a Segarra escoger de entre el amplio catálogo que dominaba. “Hacíamos una de Elvis, ‘I Want You, I Need You, I Love You’, además una adaptación muy bonita, que quedaba muy bien”, comenta. “Y creo que nos quedamos con esta porque me gustaba el ‘riff’ de guitarra y lo tocaba yo. Creo que se la coloqué a la banda: quise hacerme el chulo y tocar yo el solo de Eddie Cochran”.
No puede decirse que “Cerveza, chicas… y rockabilly!” fuese un éxito arrollador. Ninguno de sus sencillos dejó honda huella, si bien temas como “El rock del hombre lobo”, “El loco de la autopista” o el que da título al álbum han sonado de forma intermitente en los conciertos de Los Rebeldes hasta el día de hoy. Un single, “Carolina”, clausuró su contrato con EMI en 1982 (Amado Jaén, exbajista de Los Diablos, había entrado como A&R en la compañía). Segarra marchó a realizar el servicio militar en 1983 en los Regulares de Ceuta, y a su regreso se encontró con el estallido de la nueva ola en todo su esplendor. “Cuando salió el primer disco, la movida no había petado”, dice. “Y cuando vuelvo del servicio militar, me encontré la cama hecha: ya estaba ‘La bola de cristal’, hasta Los 40 Principales programaba grupos nacionales… Pero en 1981 todavía no había petado. Me casé en Madrid y estuve cuatro años viviendo en la capital, y fue cuando empezó la movida”. Afortunadamente para ellos, Paco Martín los fichó para su sello Producciones Twins en 1984, año en que publicaron el minielepé “Esto es rocanrol”.
La indudable valía de “Cerveza, chicas…” reside en su carácter de mascarón de proa, junto con el primer disco de Loquillo, del movimiento del rockabilly en España. Nunca hasta entonces habían aparecido en nuestro país muchachos con tupés, patillas, zapatos con puntera afilada y trajes vintage facturando rock’n’roll en su acepción más tradicional. Su reedición en vinilo este año precede a la de “El honor y la gloria”, una grabación en directo realizada el 22 de febrero 2020 en la sala Joy Eslava de Madrid –pocos días antes del inicio del confinamiento por COVID– a modo de celebración de su cuadragésimo aniversario que se editará en doble álbum más DVD. “Ambos discos representan el antes y el después”, declara Segarra. “Son el alfa y el omega de Los Rebeldes”. Muy activos en directo, llevan desde el invierno girando y tienen decenas de fechas confirmadas de aquí a diciembre. Apunten las más cercanas: en junio tocarán en las fiestas del Distrito de Retiro en Madrid (23) y en Ourense (24); y en julio harán lo propio en Málaga (3), volverán a Madrid (8) y después viajarán a Chinchilla (8). ∎