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Cuando se visita la casa museo de Louis Armstrong en el modesto barrio de Corona, en el distrito de Queens (Nueva York), llama la atención la presencia de un retrato al óleo de Satchmo ubicado en su despacho y firmado por Anthony Dominick Benedetto. La historia cuenta que su autor quiso rendir tributo en 1970 a uno de sus héroes musicales, en agradecimiento a la excelente acogida que Armstrong le deparó –junto a otras grandes voces como Bing Crosby, Nat King Cole, Peggy Lee, Sarah Vaughan, Ella Fitzgerald o su admirado Frank Sinatra– cuando, ya como Tony Bennett, irrumpió con autoridad en la escena vocal de los cincuenta del pasado siglo.
Nacido en 1926 en el seno de una familia de inmigrantes italianos, Bennett vivió una dura infancia en Queens. Su padre falleció cuando tenía diez años, pero entonces ya se ganaba unos dólares cantando en clubes y restaurantes. Matriculado para estudiar música y pintura en la Escuela de Arte Industrial de Nueva York, fue reclutado para el ejército en 1944, permaneciendo en Alemania hasta 1949. De regreso a Nueva York, su crónica despegó estimulada por apoyos del nivel de la cantante y actriz Pearl Bailey o del cómico Bob Hope, quien lo contrató y animó a cambiar su entonces nombre artístico de Joe Bari por el de Tony Bennett. Mitch Miller, director artístico de Columbia, vino a aportar el último envite y lo fichó para el sello, impresionado por una voz cálida y dúctil pero igualmente consistente cuando el marco lo exigía: “Tony es un hombre de ideales inquebrantables. Es un cantante de corazón”.
Distanciado generacionalmente de los años dorados del swing, sus influencias procedían de los dominios baladísticos de Billy Eckstine, del vibrato de Armstrong y de la ternura de Judy Garland, aunque también reconocería gestos de coetáneos como Mel Tormé. En 1951, “Because Of You” irrumpió con fuerza, convirtiéndose en la canción favorita de infinidad de parejas de recién casados y en punto de partida de una cadena de éxitos que armonizó con equilibrio el impacto melódico-sentimental y la vertiente jazzística, arropado por pesos pesados del género. Count Basie, Kai Winding, Zoot Sims, Eddie Costa o los arreglistas Ralph Sharon y Ralph Burns sintonizaron con el feeling de Bennett, tanto desde el punto de vista de instrumentación como de repertorio. Y estos años ofrecieron al mercado algunas de sus más radiantes producciones discográficas, principalmente para Columbia, primero volcado en el formato single y más tarde en el elepé.
La publicación del álbum “I Left My Heart In San Francisco” (Columbia, 1962) marcó un antes y un después en su itinerario. La añeja melodía de Broadway deparó a Bennett los dos primeros de su veintena de Grammys (incluyendo el Grammy Lifetime Award) mientras asistía a la llegada de nuevos aires en la música popular de aquellos años, con la British Invasion al frente. Pese a episodios de felicidad como su concierto de 1962 en el Carnegie Hall –documentado en el sobresaliente “I Wanna Be Around…” (Columbia, 1963)– o éxitos puntuales –“The Good Life” (1962) o “Who Can I Turn To (When Nobody Needs Me)” (1964) sirven de ejemplo–, su presencia fue decayendo en la segunda mitad de la década, acentuada por aprietos fiscales y por una adicción a las drogas que terminó por destrozar su segundo matrimonio con Sandra Grant. En el ámbito social y como demócrata convencido, Bennett se posicionó en numerosas ocasiones a favor del movimiento de derechos civiles, participando en 1965 en las marchas de Selma a Montgomery, lideradas por Martin Luther King.
Pero, artísticamente, el cantante estaba cansado de las imposiciones de una Columbia decidida a aplicar un giro radical a su estilo. Decidió entonces abandonar el sello en 1972 para crear su propia etiqueta, Improv. Con esta marca publicó cinco álbumes entre 1975 y 1977, donde recuperó gran parte de su ascendiente, junto a una excelente compañía que incluía a talentos como los pianistas Bill Evans y Marian McPartland o el cuarteto de Ruby Braff y George Barnes, junto a quienes grabó en 1976 y 1977 dos excelentes discos volcados en el cancionero de Rodgers & Hart.
Su hijo Danny se convirtió en su representante y lo apoyó en los ochenta cuando optó por regresar a Columbia, convertido ya en un clásico, de la mano de “The Art Of Excellence” (Columbia, 1986). Alternando formatos orquestales con combos de trazo jazzístico, Bennett mantuvo a Ralph Sharon a su lado sin olvidar nunca, eso sí, a sus referentes: “Perfectly Frank” (Columbia, 1992) rindió delicioso tributo a su maestro Sinatra, haciendo suya una magnífica colección en la que el cantante de Hoboken ya había dejado su marca.
Desde entonces hasta su muerte, Bennett no hizo ascos a los flamantes formatos que la industria le planteaba y se desenvolvió como un todoterreno, casi siempre con dignidad y elegancia, tanto en un “MTV Unplugged” (Columbia, 1994) con intervenciones de Elvis Costello y k.d. lang como en asociaciones con voces de distintos territorios y generaciones. Y ahí quedaron sus encuentros con la misma k.d. lang en “A Wonderful World” (RPM-Columbia, 2002), su seguidora Amy Winehouse o, siguiendo el modelo que el amigo Ol’ Blue Eyes marcó en la década de los noventa, aquellos dos prescindibles volúmenes de “Duets” en 2006 y 2011 que vinieron a exprimir la fórmula de la mano de, en muchas ocasiones, forzados diálogos con Paul McCartney, Elton John, Juanes, George Michael, Mariah Carey, Queen Latifah, Andrea Bocelli o Alejandro Sanz, entre muchos otros. También se sumó a la fiesta la mismísima Lady Gaga, en un par de triunfantes citas: la primera con “Cheek To Cheek” (Streamline-Columbia-Interscope-Universal, 2014) y la segunda, en lo que supuso su adiós a los estudios de grabación en 2021, con “Love For Sale”, cinco años después de que a Bennett le diagnosticaran Alzheimer.
Bennett apuntaba que este brillante álbum fundamentaba su carrera, ya que, gracias a él, fue plenamente aceptado entre las audiencias jazzísticas, más allá de su papel como popular baladista melódico. Su arreglista y pianista Ralph Sharon decidió reunir a algunos de los más relevantes bateristas y percusionistas del momento –Chico Hamilton, Jo Jones, Art Blakey, Cándido o Sabu– y a solistas como Nat Adderley, Al Cohn, Eddie Costa o Herbie Mann para acreditar la versatilidad de su voz y la huida del estancamiento. Bennett suena aquí ágil y poderoso, propulsado por un imbatible guion de estándares y por una oxigenante instrumentación dominada por trombones, flautas y, obviamente, jugosas percusiones.
Canción y álbum marcaron un hito, convertidos en epítome de su perfil como baladista romántico. También en decisivo punto álgido de su rama comercial. El tema titular fue publicado en febrero de 1962, cuando el cantante ya había cumplido los 35 años y, dado su impacto, Columbia decidió armar un álbum con inéditos y canciones ya editadas, como el “Smile” que Chaplin escribió para “Tiempos modernos” (Charles Chaplin, 1936). Prima en todas el rol del arreglo, con Ralph Sharon, Ralph Burns, Count Basie o Cy Coleman en las firmas, además de una voz asentada en el registro barítono, propietaria de un preciso fraseo. El single fue incluido en 2018 en el Registro Nacional de Grabaciones de la Biblioteca del Congreso por “su importancia cultural, histórica y estética en el paisaje sonoro estadounidense”.
Pese a que Bill Evans nunca fue gran fan de cantantes, la amistad de sus respectivos mánagers, Jack Rollins y Helen Keane, propició el encuentro con Bennett en junio de 1975. Durante cuatro días, se abordó un guion de estándares, apuntalado por “Waltz For Debby” (obra del pianista), que confirmó la inmediata empatía del tándem. El clima intimista del estudio, en el que solo los acompañaron Keane y el técnico Don Cody, alimentó el compromiso entre un Bennett que lee entre líneas, coronado por su magnífico vibrato, y la lírica armonía de Evans, quien terminó señalando a Bennett como su vocalista favorito. El soberbio balance originó una segunda reunión, plasmada en “Together Again” (Improv, 1976), otro disco atractivo aunque de menor envergadura. ∎