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Firma invitada / Notas fantasma

Auto-Tune

17. 02. 2021

S

e me está haciendo larga la moda del Auto-Tune. Será por eso que me ha dado pensar mucho en él. Me aburre, pero me interesa. Me parece una horterada, pero también una modernez. Es manido, pero puede ser rompedor. No me dice nada y me lo dice todo sobre el momento actual de la música popular. Pocos inventos hoy tan significativos como el afinador de voz conocido por el nombre del aparato original creado por Andy Hildebrand para su propia marca, Antares. Esta tecnología que se ha convertido en truco de magia del pop, en seña de identidad del trap y en moda recurrente en géneros bailables de todo el mundo es uno de esos fenómenos que definen nuestra época tanto como las uñas kilométricas, los filtros fotográficos o las redes sociales. De hecho, el Auto-Tune es todo eso. Es el maquillaje exagerado del canto, es el filtro de Instagram de los cantantes, el Photoshop de la voz.

Por lo que me llama la atención es, precisamente, como intentaba reflejar al inicio, porque significa muchas cosas distintas, incluso contradictorias. El pop comercial lo utiliza abusiva y secretamente en la producción para conseguir una afinación perfecta, tan perfecta que es sobrenatural e irreal, como la resolución de una pantalla HD. Convierte a las divas e ídolos poperos en dibujos animados, superhéroes y superheroínas de voces tan increíbles y deslumbrantes como sus caras y cuerpos retocados por ordenador. Crea un mundo mágico de fantasía e ilusión, de piruletas y colorines. Pero, finalmente, inhumano, despersonalizado y repetitivo. Se eliminan las impurezas y las inflexiones que dan expresión y emoción a la voz. No hay defectos, no hay carácter. Todos suenan igual. Igual de bien. Demasiado bien. Los iguala para diferenciarlos del resto de los mortales. Pero eso los convierte en mortalmente aburridos.

Por contra, el trap y las llamadas músicas urbanas han echado mano de una de las posibilidades colaterales que tiene el Auto-Tune cuando se exagera la corrección de la afinación: el efecto robótico por el que esa arma de afinación masiva trascendió al público, primero gracias a “Believe”, la canción de Cher de 1998, y después a través de los discos del rapero y cantante T-Pain de principios de siglo, y algunos otros rappers que coquetearon puntualmente con él. Hoy está hasta en la última canción de Rosalía y Billie Eilish. “Mejor ser conocido por esto que no ser conocido por nada”, respondió T-Pain a los críticos que lo acusaban de querer enmascarar sus errores vocales. Al margen de que él sabe cantar y muy bien, era justo lo contrario, estaba desenmascarando el engaño para conseguir lo opuesto a lo que busca el pop. Estaba creándose una personalidad. Eso mismo ha hecho el trap hasta convertirlo en parte de la personalidad de todo un estilo.

Pero el trap ha ido un paso más allá al hacer un uso punk del Auto-Tune. Que me perdonen los puristas por tamaña herejía, pero me reafirmo. El Auto-Tune son los tres acordes del trap. Es el DIY de la música de barrio actual. Un montón de chavales y chavales sin apenas medios técnicos ni técnica vocal pueden hacer canciones. Como en el punk no hacía falta saber tocar ni cantar muy bien, en el trap tampoco. Si el punk nació como respuesta al rock sinfónico, el trap y similares son también en parte una respuesta a las superproducciones poperas. El pop esconde el artificio y por eso suena sobrenatural y antinatural, el trap utiliza un sonido artificial para mostrar naturalidad. Unos suenan tan perfectos como robots, otros suenan robóticos para hacer ver que son gente de la calle, aunque aspiren a ser estrellas. 

Parafraseando a McLuhan, en el trap el Auto-Tune es el mensaje. Define su forma de ser frente al Auto-Tune del pop. Frente al virtuosismo vocal de las divas poperas, las voces chiclosas y hastiadas del trap. Frente al brillo y color, el hiperrealismo sucio. Frente la hiperactividad y la vigorexia de los vocalistas comerciales, imitados en los concursos de televisión, el tono arrastrado y nihilista, la actitud pasada y pasota. Eso es lo que importa, la actitud, no la técnica. Me pongo el Auto-Tune sin esconderlo porque no canto bien ni tengo una voz bonita, ni falta que me hace: tengo todo lo demás. En el pop, iguala por arriba. En el trap, democratiza. En un caso, crea cantantes idénticos, en otro genera identidad. Mostrar el Auto-Tune es como mostrar el calzoncillo o las bragas bajándote un poco el pantalón, una forma de decir quién eres.

Por supuesto, estas dos tendencias conviven y se contaminan. El pop intenta capturar esa frescura de la calle y la calle es absorbida por la industria que lo modula y modela, o sea, le hace un Auto-Tune. Es el mercado, amigo. Le pasará al trap ahora que se ha hecho mayor. Pasa todo el tiempo, pero ni todo se puede comprar ni hacerse grande quiere decir perder talento. Algunos crecen para madurar, véase C.Tangana. Otros son ingobernables, véase Yung Beef. Y habrá quienes caigan en las redes y pierdan lo que les hace interesantes. Cuando haces pop, ya no hay stop. Esos terminarán pidiendo que no se les note el Auto-Tune.

La cuestión no es que se use, sino cómo se usa. Como toda tendencia, su utilización machacona como robotización de la voz pasará, nuestros oídos agradecerán el descanso y volverá dentro de unos años en forma de revival, como ha ocurrido con los teclados y baterías ochenteros, por ejemplo. El propio T-Pain lo abandonó a partir de 2011. Lo poco gusta, lo mucho cansa. Es más dudoso que deje de usarse en estudios y estadios para convertir a humanos en dioses. No obstante, hay campañas como “Live means Live”, a la que se han sumado grandes estrellas, en la que se reivindican los conciertos en los que todo se toca y nada se retoca en directo. Hasta Christina Aguilera dijo que el Auto-Tune es de cobardes. Es la demostración de que la invasión de los clones encuentra resistencia incluso en la fábrica que los manufactura.

En realidad, esta dialéctica entre la naturalidad y el artificio, entre humanos y máquinas, tecnología y artesanía, arte y negocio no es ninguna novedad y alimenta la creación por acción y reacción. Oponerse al progreso es tan idiota como entregarse a él sin levantar la ceja o agudizar la oreja. Estamos ya en el mundo de los filtros correctores, el Auto-Tune y el Photoshop, pero también en el de los artistas y público que reclaman y valoran la autenticidad. No creo que haya que preocuparse en absoluto por la pérdida de verdad en la música. Al contrario, los medios para crear y difundir se han democratizado tanto que la originalidad puede brotar en cada esquina. Tampoco creo que el Auto-Tune asesine a la estrella del pop, pero es cierto que le está robando el alma. ∎

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