“Estoy harto. Tanto que me bajé del barco. Y no hay charco bajo mis pies”, canta una voz en ruinas en
“Viento Sur”. Pero aquí no hay distorsión. Ni rhythm’n’blues sudoroso guiando los pasos hacia la tasca más cercana. Aquí y ahora, los pasos de Tom Waits guían una melodía que rebota constantemente sobre las cuerdas del contrabajo. Visto así, la verdad, casi mejor que Los Enemigos pasaran a mejor vida. Lo perdido por lo ganado, que se suele decir. Donde antes estaba la estupenda silueta del último reducto del rock de Malasañana aparece ahora la enorme sombra de un creador personal que, como dice en
“Ole Papa”, ha decorado su chabola con música de jazz. Bueno, no es jazz exactamente, pero algo de eso sí que hay en
“Las golondrinas etcétera”, puesta de largo en solitario de
Josele Santiago bajo la batuta de Nacho Mastretta y con la complicidad de Pablo Novoa (ex Golpes Bajos).
Reformulando las teorías del casticismo literario y creando un universo simbolista donde los colchones se afinan, los magos componen canciones de amor, Dios reza a los hombres y el serrín oculta las miserias, el exlíder de Los Enemigos se saca de la manga un disco que es un monumento al concepto de autor en sí mismo; algo, sobra decirlo, completamente inédito por estas tierras. Que sus letras siempre habían sido de lo más interesante del rock nacional es algo que ya sabíamos, pero hay que ver lo bien que le ha sentado a su música la descompresión acústica. Ya sea recurriendo a las raíces en seco con un piano a lo Randy Newman (
“Mi prima y sus pinceles”), cargando de lucidez las enseñanzas de Neil Young (
“Cuatro días”) o introduciéndose en el pellejo de Chavela Vargas (
“Con las manos vacías”), Santiago destapa aquí una personalidad única, revelándose como un Nacho Vegas de bodega y porrón de vino que sabe cómo decir lo que piensa. Un gran disco con un etcétera (a saber: un DVD de regalo con tomas alternativas, imágenes de estudio y una entrevista) para completistas y curiosos. ∎