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Primera historieta de “13, Rue del Percebe”, publicada el 6 de marzo de 1961 en ‘Tío Vivo’.
Primera historieta de “13, Rue del Percebe”, publicada el 6 de marzo de 1961 en ‘Tío Vivo’.

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Francisco Ibáñez: el oficinista del gag

El pasado 15 de marzo cumplía 80 años el dibujante Francisco Ibáñez. Casi al unísono, la aparición de un volumen recopilando la totalidad de su célebre “13, Rue del Percebe” (Ediciones B, 2016) irrumpía en su primera semana entre los libros más vendidos. Éxito y aniversario ponen de relieve, una vez más, que el creador de Mortadelo y Filemón da nombre propio a uno de los fenómenos más importantes, por longevo y popular, de la cultura española de los últimos cincuenta años. El Salón Internacional del Cómic de Barcelona (del 5 al 8 de mayo) le dedica una amplia exposición, titulada “¡Feliz cumpleaños, Ibáñez!”.

Rockdelux 350

(Mayo 2016)

Los tebeos españoles pueden dividirse en dos grupos: los de Ibáñez y el resto. Esta distinción, tremenda pero cierta, tuvo su génesis en una derrota ajena. En 1957, cinco de los principales dibujantes de Bruguera (Conti, Cifré, Escobar, Giner y Peñarroya) abandonaron la editorial para lanzar una revista propia: ‘Tío Vivo’. La fuga abría las puertas del mayor emporio del tebeo español a nuevos autores forjados en la humilde competencia, y Francisco Ibáñez (Barcelona, 1936) es uno de ellos. Botones en el Banco Español de Crédito y colaborador de ‘La Risa’ hasta entonces, solo tarda seis meses en crear a Mortadelo y Filemón mientras pule su estilo y muestra una capacidad de trabajo ilimitada. Hoy sorprende descubrir que Joan Rafart “Raf” (1928-1997), otro de los recién llegados, en 1959 ya ponía en boca de Don Pelmazo la frase “me haré millonario, como Ibáñez”. Este tipo de bromas eran habituales entre dibujantes, pero con Ibáñez se relacionan desde el primer momento con el éxito, sin imaginar lo que estaba por venir.

En 1960, cuando la aventura de los fugados fracasa y deben regresar a Bruguera, descubrirán que se ha producido un relevo generacional. Paco Roca lo relata en “El invierno del dibujante” (2010) en clave de derrota. Y así fue, pero si se repasan revistas de esos años, al llegar a las páginas firmadas por Ibáñez, el estallido visual es evidente, una vorágine plástica que desborda movimiento y multiplica los gags, violentos y más físicos que nunca en el maltrato slapstick de los personajes. Remite al cine mudo, pero encarna el cambio social que se lleva por delante el costumbrismo infeliz de las viñetas de posguerra.

Cuando Bruguera relanza ‘Tío Vivo’ en 1961, tras adquirir sus derechos, en la contraportada Ibáñez funde el chiste suelto con los pisos de un edificio. Ha nacido “13, Rue del Percebe”, intuitiva plasmación de la arquitectura del cómic y de la nueva España del ladrillo y la hipoteca. La idea venía de Manuel Vázquez (1930-1995), que por ello aparecía como moroso inquilino del ático. El creador de Anacleto, que prefirió no correr el riesgo de abandonar Bruguera, era el referente gráfico, e Ibáñez su discípulo más aventajado, quien continúa alguna de sus series (“La Historia esa, vista por Hollywood”, 1958-1960). Vázquez es un genio, pero también un bohemio de conducta errante que desaparece durante meses dejando sus personajes en manos de sustitutos anónimos. Ibáñez es todo lo contrario, y en ese contraste está la clave de su triunfo: mientras uno dibuja el caos desde dentro, el otro lo hace desde fuera, y a destajo.

 “El sulfato atómico” (1969),  “Valor y... ¡al toro!” (1970) y “¡A por el niño!” (1979).
“El sulfato atómico” (1969), “Valor y... ¡al toro!” (1970) y “¡A por el niño!” (1979).
El botones Sacarino se presenta en ‘DDT’ en 1963, al año siguiente Rompetechos y en 1966 llega Pepe Gotera y Otilio, chapuzas a domicilio. Éxitos de Ibáñez que sumar a unos Mortadelo y Filemón cuya popularidad explotará de manera definitiva en 1969, cuando Bruguera decide imitar el modelo francobelga: serializar historias largas en revista y luego reunirlas completas en álbum. Es allí donde, parodiando la moda de los agentes secretos, nace la T.I.A., el superintendente Vicente, el profesor Bacterio y una galería de malhechores que sustituye genios del mal por lumpen castizo. En “El sulfato atómico” (1969) o “Valor y... ¡al toro!” (1970) brilla un esmero gráfico que pronto será incompatible con el volumen de producción exigido. Pero da igual. En 1972 la revista ‘Triunfo’, emblema crítico del tardofranquismo, le dedica cuatro páginas en una entrevista titulada “Un estajanovista de la historieta”, donde se cuantifica un ritmo de cuarenta (40) páginas semanales. Aunque no hay autor que resista algo así, las ventas seguirán creciendo. Hoy, las aventuras largas de Mortadelo y Filemón superan las doscientas y se entregan a temáticas de actualidad, del Caso Bárcenas a la Gripe A, pasando por el tradicional evento deportivo. Su mejor etapa concluyó en 1979 con “¡A por el niño!”, pero aún es posible vislumbrar, fugaz, aquella chispa original en “100 años de cómic” (1996), la autobiográfica “El 35 aniversario” (1992) o “En Alemania” (1982), visita al país donde, traducidos como “Clever & Smart”, su éxito se hace internacional.

Esa sobreproducción desorbitada también arroja sombras, a menudo silenciadas por temor a dañar su marca y una imagen pública donde el autor, como si fuera Mortadelo, se transforma en oficinista explotado, común y campechano. Apenas se habla de los “negros de Ibáñez”, anónima legión de dibujantes y guionistas responsables de miles de páginas apócrifas. Y aún menos de los sangrantes plagios al belga André Franquin (1924-1997), su otro gran referente junto a Vázquez, que no se limitan a tomar a Gastón el Gafe y convertirlo en El botones Sacarino, sino también a reproducir numerosos gags y situaciones. En su defensa, se puede aducir que el concepto de autoría era entonces más laxo que hoy y que la propia editorial impulsaba esa dinámica. El triunfo de Ibáñez tampoco carece de sinsabores, como las secuelas físicas de una vida encadenada al tablero de dibujo, y momentos en los que todo peligró. En 1985 abandona Bruguera y abre un litigio por los derechos de autor que termina de sentenciar a una editorial que sobrevivía gracias a sus creaciones. Mientras tanto, se verá obligado a realizar nuevas series como “Chicha, Tato y Clodoveo, de profesión sin empleo” o “7, Rebolling Street”, reformulación a doble página de “13, Rue del Percebe”.
La popularidad de Ibáñez perdura ina-gotable y cada nuevo álbum de Mortadelo y Filemón alcanza cifras de ventas insólitas para el lector de cómics habitual, que hace décadas dio la espalda a su obra reciente. El público de Ibáñez es otro, y series de televisión como “Manos a la obra” o “La que se avecina” deben mucho a su humor de trompazo, enredo sin sutileza y una fauna costumbrista y urbana de operarios incompetentes, oficinistas precarios, granujas ingenuos y líos vecinales. En Bélgica tienen a Tintín, en Francia a Astérix y nosotros a Mortadelo y Filemón, porque nada nos define mejor que las viñetas de Francisco Ibáñez. ∎
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