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Suprema comedia detectivesca.
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Mortadelo y Filemón: risotadas a troche y moche

Dos personajes icónicos y para siempre: Mortadelo y Filemón. Dos detectives muy particulares, creados por el gran Francisco Ibáñez, que han quedado grabados en la memoria de diversas generaciones de seguidores del tebeo en España. Sus aventuras y, sobre todo, desventuras han acompañado a muchos lectores y les han hecho reír a carcajadas con sus hilarantes torpezas y meteduras de pata, entre la premeditada cutrez y el surrealismo más fino. Menudo par.

Rockdelux 177

(Septiembre 2000)

Lo dijo Fraga: “Spain is different”. Aquí Spiderman ha podido tirar, como en todas partes, pero donde estén la cachiporra y la chapuza, que nos quiten los superpoderes esos. Por eso y porque nacieron en una época en que todavía hacían falta motivos para reír, los grandes triunfadores del siglo XX han sido Mortadelo y Filemón, el cenit de los tebeos de humor españoles. La más entrañable y disparatada pareja de agentes secretos jamás vista y leída es, desde hace décadas, parte de nuestro fuero sentimental, tanto o más que Charlie Brown para los estadounidenses o Astérix para los franceses. Y Francisco Ibáñez ha visto cómo sus criaturas daban la vuelta al mundo –literal y editorialmente hablando– con una discreción muy distinta a la opulente arrogancia con que él mismo se caricaturiza en sus historietas. Auténtico motor de la industria del cómic durante los años sesenta y setenta y también del buque insignia de esta, la Editorial Bruguera, donde creó otros personajes imborrables como Rompetechos, el Botones Sacarino, Pepe Gotera y Otilio y el vecindario de 13 Rue del Percebe, Ibáñez ha tenido que sufrir, como un Hitchcock cualquiera, el ninguneo del academicismo cultureta hasta hace muy poquitos años. Su venganza, la posteridad.

De botones a la escuela Bruguera

Ibáñez ha comentado en varias ocasiones que lo único que recuerda de antes de ser dibujante es que aún tomaba el biberón y se hacía caquita. Nacido en Barcelona (16 de marzo de 1936), creció en la terrible apretura de la posguerra, pero pudo alimentar su afición a los tebeos –principalmente a base de Roberto Alcázar y Pedrín, El Guerrero del Antifaz y Juan Centella– prácticamente gratis. Por las noches el quiosquero de abajo le confiaba las revistas a su familia para que no se las robaran, y el pequeño Francisco se lo acabó tragando todo.
Con 14 años entró a trabajar de botones en el Banco Español de Crédito e inició estudios de contabilidad y peritaje mercantil. Simultaneando el trabajo “serio” con el cómic, a partir de 1954 empezó a conseguir colaboraciones bien pagadas: una página en ‘El Chicolino’, una tira semanal en el diario ‘La Prensa’ y las historietas de Don Usura en ‘La Risa’. En 1957, a pesar de haber sido ascendido y contra la voluntad familiar, abandonó el banco para no volver.
La primera historieta de “Mortadelo y Filemón, Agencia de Información” apareció en el número 1394 de ‘Pulgarcito’ (20 de enero de 1958). Por aquel entonces, la revista madre de la Editorial Bruguera –la única capaz de competir con ‘TBO’ en el mercado español– atravesaba uno de sus muchos períodos de crisis tras la marcha de Escovar, Cifré, Conti, Peñarroya y Giner, que fundaron ‘Tío Vivo’. Todos ellos iban a volver en breve a la casa, pero Ibáñez, junto a otros futuros clásicos como Raf, Segura, Gin, Figueras, Martz-Schmidt, Nadal y Rojas de la Cámara, ya había iniciado la imparable renovación del humor Bruguera.
“Mortadelo y Filemón, Agencia de Información” (20 de enero de 1958): primera página.
“Mortadelo y Filemón, Agencia de Información” (20 de enero de 1958): primera página.

Disparates a la velocidad del rayo

Mortadelo y Filemón no siempre han sido como los conocemos ahora. En sus inicios, Mortadelo ya vestía su inconfundible levitón negro, pero tenía una mirada taciturna y nunca se separaba de un pequeño paraguas y de un bombín alargado de donde sacaba sus archifamosos disfraces. Filemón estaba irreconocible. Vestía un traje a la moda de los cincuenta, su nariz era enorme y aguileña, y siempre fumaba una enorme pipa. Eran detectives privados por amor al arte más que por otra cosa; cabezones como nadie en su objetivo de llegar a la gloria profesional resolviendo pequeños crímenes cotidianos aunque nadie se lo hubiese pedido, cosa que podía provocar los malentendidos más delirantes.
Para su creación, Ibáñez estaba buscando, obviamente, la versión más descacharrante posible de Sherlock Holmes y el Dr. Watson. Pero su principal influencia fueron los clásicos cómicos del cine mudo (Charlot, Buster Keaton, Harold Lloyd) y las parejas que les sucedieron con el sonoro (Laurel y Hardy, Abbott y Costello). Con una asimilación asombrosa de la técnica de las aventuras rocambolescas de todos ellos, hay que reconocer en Ibáñez al gran maestro del gag en el mundo de la historieta mundial. Haciendo gala de una imaginación desbordante, Ibáñez llegaba a meter hasta tres de ellos por página, con el disfraz idóneo para cada ocasión cortesía de Mortadelo.

Creciendo a lo ancho

En 1969 empieza una segunda etapa. Mortadelo y Filemón, que hasta entonces eran autónomos, se incorporan a la T.I.A. (Técnicos de Investigación Aeroterráquea). Aparecen personajes secundarios: el despótico Superintendente Vicente y el desastroso Doctor Bacterio (descubrimos en él al culpable de la calvicie de Mortadelo). Ofelia, la cachalótica secretaria enamorada de Mortadelo, no llegará hasta 1978.
Decae el formato de página única y las historietas van creciendo en extensión –de dos páginas a seis–, desde la llegada de los personajes a ‘Gran Pulgarcito’ hasta su aparición en ‘Mortadelo’ (1970), semanario que sustituye al anterior y cuya cabecera es una evidencia de la enorme popularidad alcanzada por el dúo, especialmente la del larguirucho, que siempre resultó mucho más simpático y entrañable que su “jefe”.
En el mismo año 1969 se publica la primera aventura serializada de cuarenta y cuatro páginas, “El sulfato atómico”, con un nuevo tratamiento, más perfeccionado y detallista, del dibujo. El guion también se ve enriquecido con toda una gama de recursos originales e intransferibles: las trifulcas de Mortadelo y Filemón con el Súper, los inventos de Bacterio, los sistemas de telecomunicaciones (¡ese zapatófono!), las entradas secretas al cuartel general... Lo único que no evoluciona es la mentalidad de los protagonistas: se mantienen tan tarugos, inocentes e incompetentes como siempre. Con una colección de peripecias de la talla de “Valor... ¡y al toro!” (1970), “El caso del bacalao” (1970), Chapeau, el ‘Esmirriau’” (1971), “¡Magín, ‘El Mago’!” (1971), “El plano de Ali-Gusano” (1974), “Los guardaespaldas” (1977), “Mundial 78” (1977-78), “Kilociclos asesinos” (1980), “Lo que el viento se dejó” (1980), “La brigada bichera” (1981) o “A la caza del Chotta” (1985), lo tienen todo para convertirse en héroes del cómic, incluidos archienemigos –la Banda del Rata, el Gang del Chicharrón– a la altura de sus borreguiles procedimientos.

Hitos del dúo.
Hitos del dúo.

Producción a destajo

La obra de Ibáñez es inabarcable. Existen decenas de miles de páginas. Bruguera tuvo la suerte de que el padre de su gallina de los huevos de oro siempre fuera un trabajador incansable (nada que ver con Vázquez, el otro genio de la casa) capaz de entregar veinte páginas semanales, una auténtica barbaridad. Desde finales de los sesenta, la dependencia de Bruguera de sus personajes fue tal que Ibáñez tuvo que emplearse a destajo colaborando en la práctica totalidad de las revistas de la editorial. El frenesí se convirtió en el mayor lastre de Mortadelo y Filemón de cara a la opinión crítica. Lógicamente, las prisas iban en detrimento de la calidad editorial, algunos acabados no siempre eran los deseables y el coloreado solía ser infame. Ibáñez nunca ha accedido a tener asistentes –ni de guion ni de dibujo– y la única ayuda que reclamó fue la del entintador. Los colores se metían directamente en el taller. Para colmo, la editorial nunca se preocupó por el orden y concierto mientras las páginas pudieran llegar al quiosco. De ahí la caótica disposición cronológica en los históricos álbumes de la Colección Olé! (iniciada en tapa blanda en 1971). La ubicación en el tiempo de las historietas de Mortadelo y Filemón es la tortura de todo historiador de los tebeos. La evolución del trazo es el mayor indicativo, pero a veces ni eso. Ibáñez se salvó de la quiebra de Bruguera en 1986 al fichar un año antes por la revista ‘Guai!’ (Grijalbo), para la que creó al trío de jóvenes en paro Chicha, Tato y Clodoveo. Cuando el Grupo Z adquirió todo su fondo editorial creando Ediciones B, llegó a un nuevo acuerdo y ahí sigue. En la actualidad, por motivos simplemente vitales, se obliga a entregar “solamente” seis álbumes al año. Ya va acercándose a los ciento cincuenta.
Cinco recomendaciones.
Cinco recomendaciones.

Hacia el 2000

El de 1969 no fue el único salto evolutivo de Mortadelo y Filemón. Siendo Ibáñez un artista especialmente dotado para entender a su público, ha sabido distinguir entre los consumidores de a pie y los aficionados gourmets del cómic, decantándose siempre por los primeros. Desde hace más de una década trabaja con dos objetivos en mente: primero, seguir captando al público infantil a la vez que se mantiene enganchado al adulto; depués, que los temas sean suficientemente universales para que se entiendan y gusten en todos los países que traducen su obra. Por eso Mortadelo y Filemón se han tenido que adaptar e involucrar en todo tipo de sucesos internacionales, no solo los Mundiales de Fútbol y las Olimpiadas, también el Tratado de Maastricht, el Nuevo Catecismo Católico, el Quinto Centenario o la devolución de Hong-Kong. No hay problema. Si en un gag aparece Fidel Castro, cualquier adulto se reirá al reconocerlo, mientras que para un niño será un figurante cómico más, aquí y en Tailandia. ∎

Sus cinco mejores álbumes

  1. “Valor... ¡y al toro!” (1970)
  2. “El sulfato atómico” (1969)
  3. “Mundial 78” (1977-78)
  4. ¡Magín, ‘El Mago’! (1971)
  5. “Kilociclos asesinos” (1980) ∎
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