Lo dijo Fraga:
“Spain is different”. Aquí Spiderman ha podido tirar, como en todas partes, pero donde estén la cachiporra y la chapuza, que nos quiten los superpoderes esos. Por eso y porque nacieron en una época en que todavía hacían falta motivos para reír, los grandes triunfadores del siglo XX han sido Mortadelo y Filemón, el cenit de los tebeos de humor españoles. La más entrañable y disparatada pareja de agentes secretos jamás vista y leída es, desde hace décadas, parte de nuestro fuero sentimental, tanto o más que Charlie Brown para los estadounidenses o Astérix para los franceses. Y
Francisco Ibáñez ha visto cómo sus criaturas daban la vuelta al mundo –literal y editorialmente hablando– con una discreción muy distinta a la opulente arrogancia con que él mismo se caricaturiza en sus historietas. Auténtico motor de la industria del cómic durante los años sesenta y setenta y también del buque insignia de esta, la Editorial Bruguera, donde creó otros personajes imborrables como Rompetechos, el Botones Sacarino, Pepe Gotera y Otilio y el vecindario de 13 Rue del Percebe, Ibáñez ha tenido que sufrir, como un Hitchcock cualquiera, el ninguneo del academicismo cultureta hasta hace muy poquitos años. Su venganza, la posteridad.