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Libro

Maggie O’Farrell

El retrato de casadaLibros del Asteroide, 2023

24. 04. 2023

Podría parecer que Maggie O’Farrell (Coleraine, Irlanda del Norte, 1972), contorsionista de las letras anglosajonas que pasó de glosar sus escarceos con la muerte en “Sigo aquí” (2017; Libros del Asteroide, 2019) a hincarle el diente a la historia familiar de Shakespeare en la celebradísima “Hamnet” (2020; Libros del Asteroide, 2021), escribe narraciones históricas. Pero no. Lo suyo, en realidad, tiene más que ver con las novelas de fantasmas. Sin aullidos ni sábanas blancas, pero fantasmas, al fin y al cabo. Espectros de un pasado imperfecto, tinta invisible oculta entre líneas en las crónicas oficiales, que la irlandesa ha aprendido a convocar con una elegancia, por qué no, también sobrenatural.

Ocurrió, decíamos, con “Hamnet”, novela con la que desbrozó la hojarasca que cubría las lápidas del hijo y la esposa de William Shakespeare y que acabó vendiendo más de un millón y medio de ejemplares en todo en el mundo, y ocurre ahora con “El retrato de casada” (“The Marriage Portrait”, 2022; Libros del Asteroide, 2023). Misma fórmula, diferentes personajes. Y resultado, una vez más, excelso. En este caso, O’Farrell hurga en el olvido para traerse de vuelta a Lucrezia de Medici. Hija del gran duque Cosimo de Medici y de Eleonora Álvarez de Toledo. Casada a los 13 años con el duque de Ferrara. Muerta a los 16. Sin descendencia. Sin autopsia. Y también sin juventud. Inocencia interrumpida en la Italia del siglo XVI.

“En 1560, a los quince años de edad, Lucrezia di Cosimo de’Medici salió de Florencia para iniciar su vida de casada con Alfonso II d’Este, duque de Ferrara. Moriría antes de cumplirse un año. La causa oficial de su muerte sería ‘fiebres pútridas’, pero se rumoreaba que la había asesinado su marido”, escribe la irlandesa a modo de introducción y referencia histórica. A partir de ahí, todo es construcción. O reconstrucción. La ficción al servicio del pasado. La novela como máquina del tiempo para restituir a un personaje borrado y desfigurado.

“Mira, esta es Lucrezia, una pequeña figura en un rincón de un paisaje con un río, un bosque, un edificio imponente”, resume O’Farrell casi al final de una novela que arranca como negativo del poema “Mi última duquesa”, de Robert Browning, y atraviesa la breve y desdichada vida de la joven Lucrezia, una pequeña figura en un rincón del Renacimiento, remezclando su biografía real y explorando la universalidad de las juventudes arrebatadas y quebradas.

Porque de eso va precisamente “El retrato de casada”: de existencias truncadas por la codicia, de padres mercadeando con las vidas de sus hijas y, en fin, de la brutalidad de una época en la que no todo fue erudición y deslumbrantes dorados. Lo sabe bien Lucrezia, a quien conocemos ya de recién casada y convencida de que su marido la quiere asesinar, y a la que O’Farrell va reconstruyendo minuciosamente entre saltos temporales, idas y venidas por palazzi y castelli y retratos por encargo en los que Lucrezia ni siquiera se esfuerza por disimular todo el peso que soportan sus jóvenes espaldas.

Como en “Hamnet”, también aquí la ambientación es sensacional, aunque sea lo de menos. Porque, al fin y al cabo, lo realmente importante en “El retrato de casada” –de nuevo con traducción a cargo de Concha Cardeñoso–, con sus intrigas palaciegas y ese suspense tan hábilmente conducido, es Lucrezia. Ella y su entrada a empellones en la edad adulta a pesar de ser poco más que una cría. Ella y ese matrimonio con dote millonaria que hereda de su hermana Maria, muerta poco antes de su boda. Ella y su conexión con esta tigresa que su padre tiene cautiva en la Sala dei Leoni, en el sótano del palacio. Ella y su desajuste casi permanente en una sociedad hecha de oropeles y apariencias. Ella y, en fin, el yugo de un matrimonio que la mantiene cautiva y que dictará su trágico destino cuando el duque no obtiene la descendencia deseada. Ya cuando se refiere a ella como “mi primera duquesa” queda claro que a Lucrezia le ha tocado jugar la partida de su vida con las peores cartas posibles. Y de ahí al olvido no hay más que paso. Menos mal que anda por aquí O’Farrell con su güija y su exquisita sensibilidad. ∎

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