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No es Rufus Wainwright un personaje fácil de domesticar. Aupado desde hace tiempo a ese estatus como de protagonista de suplemento dominical de artes, lo mismo te hace un disco de pop al uso como una adaptación de sonetos de Shakespeare o un par de óperas. Esa cualidad excesiva siempre ha estado presente, ya desde el principio de su carrera, pero se ha ido extremando con los años, hasta el punto de resultar en ocasiones un poco estomagante o, al menos, desconcertante.
Igualmente, sus cimas compositivas han quedado bastante atrás. Para el que firma, su cenit lo alcanzó en sus primeros cuatros discos: “Rufus Wainwright” (1998), “Poses” (2001) y los dos volúmenes de “Want”, editados en 2003 y 2004, respectivamente. Eran años en los que su visión aguda y sarcástica del mundo casaba excepcionalmente bien con su acusada personalidad vocal y arreglos elegantes. Una mezcla de cultura refinada mezclada con inteligencia e ironía que resultaba sensacional. Con el tiempo, la puntería melódica se fue perdiendo y la pluma se enfrascó en demasiados experimentos, hasta resultar un tanto anodina.
Quizá por todo aquello, este “Folkocracy” suena como una especie de vuelta a casa. Él mismo lo ha definido como una suerte de “fiesta de cumpleaños” en la que invita a sus colegas a cantar y pasarlo bien. Claro, sus amigos no son como tus amigos, con el debido respeto. Él invita a David Byrne, ANOHNI, John Legend, Sheryl Crow, Andrew Bird, Brandi Carlyle, Madison Cunningham o Van Dyke Parks, por citar solo unos cuantos. La familia también está presente: sus hermanas Martha y Lucy Wainwright y su tía Anna McGarrigle.
Juntos, reúnen canciones populares, piezas del cancionero de Rufus y otras versiones ajenas. Todo realizado con extremo gusto, con genuino joie de vivre, con la magia que surge entre verdaderos amigos y sin más pretensión que hacer algo bonito. Comparado con otros proyectos del neoyorquino, suena más natural, más cercano y con mayor capacidad de emoción. La interpretación de la canción popular infantil “Hush Little Baby”, al alimón con sus hermanas, es sobrecogedora. También lo es la versión de “Harvest” (Neil Young), junto a Chris Stills y Andrew Bird, que presta su restallante violín.
Como todo lo que toca ANOHNI, su aportación a “Going To A Town” –una de las mejores canciones que ha escrito Wainwright en su vida– la hace mágica. Una guitarra acústica rasposa a la que se van sumando cuerdas, piano acústico y eléctrico y las voces de ambos: imbatible. La reinvención del “High On A Rocky Ledge”, de Louis Hardin aka Moondog, es igualmente sensacional. En este caso, es David Byrne quien eleva el tema. El broche final es otra melodía tradicional, “Wild Mountain Thyme”, casi en plan himno colectivo. Piel de gallina.
Un trabajo menor, sí. Casi un capricho. Pero cuando se tiene talento, sensibilidad y una agenda en el teléfono de este calibre, que no deje de permitirse estos pequeños caprichos. ∎