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Ryuichi Sakamoto nace en Tokio en el año 1952, el mismo en que John Cage da a conocer su famosa pieza silente “4’33””. Finalizados los estudios en etnomusicología y composición en la Universidad Nacional de Bellas Artes y Música de Tokio, se une en 1978 a la banda Yellow Magic Orchestra de un experimentado Haruomi Hosono (procedente de Happy End), junto al percusionista Yukihiro Takahashi (1952-2023), quien falleció hace apenas dos meses y medio. Rápidamente, inicia su carrera en solitario con un álbum de etno-pop experimental, “Thousand Knives” (Better Days, 1978), aunque su actividad profesional se había inaugurado alrededor de 1975 como multinstrumentista de sesión para artistas japoneses de diferente índole: pop, folk, vanguardia, lo que hiciese falta. Su primera aventura discográfica se dio junto a Toshi Tsuchitori con la improvisación percutante de “Disappointment - Hateruma” (ALM, 1976). Ambos músicos aparecen en la ilustre lista del recopilatorio “Kankyō Ongaku. Japanese Ambient, Environmental & New Age Music 1980 - 1990)” (LITA, 2019).
Sakamoto estaba dotado de una genuina versatilidad que fue madurando a lo largo de los años, alejándose paulatinamente del pop electrónico, género en el que dejó su huella como pionero y creador, para adentrarse, siempre desde los márgenes, en el vasto territorio de la música electrónica contemporánea. En una especie de fértil plano intermedio figuraba su actividad como compositor de partituras cinematográficas. Entre las más conocidas, se encuentran “Merry Christmas Mr. Lawrence” (Virgin, 1983), dirigida por Nagisa Oshima, su banda sonora oscarizada para “The Last Emperor” (Virgin, 1987) y la de “The Sheltering Sky” (Virgin, 1990), ambas de Bernardo Bertolucci, o, más recientemente, la trepidante “The Revenant” (Milan, 2015), de Alejandro González Iñárritu, quien ha recopilado para el mismo sello una antología de sus temas para el cine de próxima aparición. Las mencionadas solo son la punta del iceberg de una actividad supuestamente alimenticia que dignificó con su extraordinaria capacidad expresiva.
Fue una superestrella en Japón desde los días de Yellow Magic Orchestra, la banda que “rivalizó” con Kraftwerk, aunque no tuviesen prácticamente nada que ver –sí en el sentido de crear música electrónica inspirada en la tradición autóctona, aunque Sakamoto y compañía se acercaban más a una banda de rock y desplegaban un sonido más abierto, hasta el punto de que su primer éxito fue una versión de “Firecracker”, de Martin Denny–. Con España, Sakamoto comparte un vínculo especial al haber compuesto la banda sonora de “Tacones lejanos” (Island, 1991), de Pedro Almodóvar, así como la apertura musical de los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992. Sakamoto fue un embajador japonés de gran elegancia que ponía un cuidado exquisito en la producción de todos sus trabajos, propios o ajenos, ya fuesen en estudio o en directo. Entre estos últimos cuenta con maravillas como “Playing The Piano” (Decca, 2009), uno de los que dedicó a repasar sus melodías más conocidas para el séptimo arte.
Esa internacionalidad y un constante espíritu exploratorio lo llevó a trabajar con gente como Carsten Nicolai-Alva Noto, Bill Laswell, el matrimonio formado por Jaques y Paula Morelenbaum, Christian Fennesz, Caetano Veloso, Arto Lindsay, Hector Zazou, David Toop, Oneohtrix Point Never y otros colegas abonados a algún tramo de la vanguardia. Entre todas ellas, destaca su larga colaboración con David Sylvian. Ambos compartieron una amistad que se remonta a los tiempos de Japan y cuyo último capítulo se encuentra en la excelente compilación “A Tribute To Ryuichi Sakamoto. To The Moon And Back” (Milan, 2022). Sylvian, cuyo itinerario artístico ha seguido un camino paralelo en muchos sentidos, salió de su voluntario ostracismo para cantar –por primera vez en diez años– el tema “Grains (Sweet Paulownia Wood)”, cuyo corte original procede del álbum “Utp_” (Raster-Noton, 2009), una de las múltiples colaboraciones de Sakamoto con Alva Noto. Hitos del synthpop más exótico como “Bamboo Houses · Bamboo Music” (1982), la producción de “Secrets Of The Beehive” (1987), una de las obras maestras de David Sylvian en solitario donde ambos redefinían la canción pop, o singles como “World Citizen (I Won’t Be Disappointed)” (2003) conforman una de las relaciones más potentes de la década de los ochenta.
Esa última pieza, que trata sobre la prohibición de las minas personales, ponía de manifiesto la sensibilidad de Sakamoto por cuestiones sociales –antimilitarismo– y medioambientales: combatía la energía nuclear y lideró el proyecto More Trees. También estéticas –recordamos su posicionamiento crítico frente a la supuesta “universalidad” de la música en la entrevista que nos brindó en 2009– y filosóficas: dedicó un álbum entero en 2003 al posestructuralista Jacques Derrida, padre de la deconstrucción. En 2011, tras el tsunami que provocó el accidente de la central nuclear de Fukushima I, rescató un piano “superviviente” de la tragedia sobre el que gira el documental “La música de Ryuichi Sakamoto” (Stephen Nomura Schible, 2017), documento imprescindible para configurar los contornos de este personaje ya en su edad madura. Sakamoto hizo sus pinitos como actor dramático en el papel principal, compartido con David Bowie, de “Feliz Navidad, Mr. Lawrence”, o en “El último emperador”. Faceta fugaz que observaba desde la distancia con ternura y cierto arrepentimiento. Tampoco podemos olvidarnos de su actividad con artistas visuales, donde aprovechó para experimentar con los conceptos de espacio y sonido. En 1999 estrenó la ópera “LIFE” junto al artista visual Shiro Takatani, con quien trabajaría en sucesivas instalaciones.
En 2014 le fue diagnosticado un cáncer de garganta que remitió años después, aunque la enfermedad acabó por reaparecer en 2020 bajo la forma de tumor colorrectal, teniendo que someterse recientemente a una intervención quirúrgica y a su posterior tratamiento. Detalles que reveló él mismo en su web oficial durante el mes de enero de 2021. Allí anunciaba un lógico descenso de actividad, especialmente la de concertista, como remache al aciago año de la pandemia. El 11 de diciembre de 2022 emite en streaming un concierto de piano solo para más de treinta países, donde se le aprecia demacrado, pero concentrado y con gran precisión frente a las teclas. Los títulos de “12” (Milan, 2023), su último álbum en estudio después del gran “async” (Milan, 2017), se corresponden con las fechas en que fueron grabadas sus doce piezas, manifestando la preocupación existencial de un músico que aunó como nadie folclore, clasicismo y tecnología, por el tiempo que se acaba. Ya le echamos de menos. ∎
Puede que no sea enteramente una obra maestra, pero reúne buena parte del repertorio estético que Sakamoto desarrollará a lo largo de su carrera. Gran parte de la electrónica de los noventa hasta la actualidad le debe mucho, al igual que a su trabajo para Yellow Magic Orchestra, por el uso de samplers y otras máquinas complejas. Refleja la intelectualidad de un joven juguetón, seña de identidad que no abandonará, con ganas de deslumbrar, incluyendo guiños al jazz, a la cultura china o el uso del vocoder.
La música para películas le proporciona la oportunidad de crear un repertorio más emocional. En “Merry Christmas Mr. Lawrence”, su primera banda sonora de renombre, obtiene el prestigioso premio BAFTA un año después y consigue introducir el elemento narrativo en su música, lo que lo convierte en uno de los autores más cotizados del ramo. El tema principal salió como single en su versión vocal, interpretada por David Sylvian con el título “Forbidden Colours”. La magia ambiental de Sakamoto, en su plenitud.
Es difícil escoger entre sus discos colaborativos. Uno de ellos tiene que ser su vuelta tímbrica, en realidad perfectamente ortodoxa, a la bossa nova de Antônio Carlos Jobim con ayuda del violonchelo de Jaques Morelenbaum, la voz de Paula, mujer de este, y el piano del japonés, un instrumento de origen italiano aunque el que suena es el de Jobim. Si la universalidad de la música es un camelo cursilón, esto es lo que más se le acerca. Sospecho que hasta los nativos de Sentinel caerían rendidos ante tanta belleza.
Otra elección que, como tal, deja a otras muchas fuera de juego es su segunda colaboración, aunque primer álbum, con Christian Fennesz. De nuevo, el teclado de Sakamoto proporciona su impresionista cromatismo a las rugosas ambientaciones electrónicas del austriaco. En este disco confluyen otros nombres asociados a la mejor música ambient del momento, como el propio sello Touch o el diseñador Jon Wozencroft. Transcurren las décadas y el valor artístico del japonés no decae.
“async” dibuja un conmovedor retrato sobre el tiempo después de superar un primer susto con el cáncer. Condensa el estilo de Sakamoto con piezas experimentales pero también tan cercanas como “andata”, donde lo lacerante –sonidos industriales, la disonancia azarosa– convive con lo bello: la melodía, la vida. Sylvian pone voz en “Life, Life” y la de Paul Bowles cierra el círculo en “fullmoon” con un fragmento grabado de su novela “El cielo protector” (1949), repetido en múltiples idiomas con las voces de otros. ∎