Serie

No me gusta conducir

Borja Cobeaga(miniserie, TNT)
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Con tres producciones propias en apenas tres años, el canal TNT ha venido a abrir un diminuto pero fecundo espacio para determinadas variantes de la comedia española de las que lleva años abjurando una industria cinematográfica que solo recurre al género para maquillar los balances económicos a base de remakes impersonales y de películas enlucidas de humor blanco protagonizadas por figuras de la stand-up comedy reconvertidas en supuestas estrellas del celuloide patrio. Con “Vota Juan” (Diego San José & Juan Cavestany, 2019) y “Vamos Juan” (Diego San José, 2020), una modulación de la sátira política que se miraba más en Rafael Azcona que en sus reputados antecedentes anglófilos, TNT abrió la veda para una comedia distinta que dialogaba con algunas de las realidades menos amables del país. “Maricón perdido” (Bob Pop, 2021) insistía en las posibilidades cómicas de la autoficción iniciadas por “Mira lo que has hecho” (Berto Romero, Rafael Barceló y Enric Pardo, 2018), ambas sucesoras de la pionera “¿Qué fue de Jorge Sanz?” (David Trueba, 2010). Y ahora, No me gusta conducir” (2022) moldea el género para apartarlo del costumbrismo trillado y la inanidad emocional y acercarlo a esa formulación híbrida tan poco cultivada por estos lares como es la comedia dramática. Y lo hace, precisamente, alejándose de la escritura pautada y de la repetición de recursos, atreviéndose a abrir en dos una temporada que viaja de la amabilidad a la desafección antipática (¡ese quinto episodio!) y viceversa, y que no teme servirse de determinadas apoyaturas para asentar un arco dramático y, llegado el momento, prescindir de ellas cuando ya no las necesita (aquí los flashbacks o la música).

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Sacarse el carnet de conducir pasados los cuarenta, ese es el minúsculo drama al que se enfrenta Pablo Lopetegui (Juan Diego Botto), un profesor universitario que atufa superioridad moral de tanto como se ha perfumado con la colonia de la soberbia para, en realidad, disimular el mal olor de sus miserias, que pasan por un divorcio que finge sobrellevar con sana cordialidad, una carrera literaria fracasada antes de empezar y un duelo que sigue abierto como una herida mal cicatrizada a la que evita prestarle atención. En este relato de iniciación tardío, en el que Sócrates se disfraza de un profesor de autoescuela charlatán (magistral David Lorente), Borja Cobeaga (San Sebastián, 1977) le administra una inyección de modestia a un protagonista maleducado en afecto, alguien que necesita bajar de la atalaya de su ego para reconectar con la vida (en el último episodio veremos a Lopetegui situándose a la misma altura que esos alumnos a los que ignoraba sistemáticamente). Como en el cine de Alexander Payne, en “No me gusta conducir” el humor, la ternura y el patetismo se yuxtaponen con naturalidad, el entorno nunca es accesorio –la serie cambia radicalmente cuando viaja a Cuenca y nos entrega esa versión castellana de “Conspiración de silencio” (John Sturges, 1955)– y los espacios y los objetos terminan por adquirir un inesperado peso dramático: esa toma desde la ventana del coche paterno con la que Cobeaga despide el viejo Renault 11 y marca el principio del fin del duelo de un Lopetegui a punto para obtener el “apto” en segundas oportunidades. Una comedia sobria, cosa seria. ∎

Las apariencias engañan.
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